lunes, 4 de abril de 2011

Para llamar tu atención

“Enseñar no es una función vital,
dado que no tienen el fin en sí misma;
la función vital es aprender.” 
(Aristóteles)

“Cualquier “movimiento”
realizado en un contexto gobernado por la inercia,
participa de esa misma inercia.”
(Ibn Asad, La danza final de Kali)

Estar despierto lo es todo.
Estate despierto en todo lo que hagas.
No creas que ya lo estás.
(Gustav Meyrink, El Rostro Verde)





De un tiempo a esta parte me voy preguntando acerca de la utilidad de poner por escrito estas reflexiones y difundirlas en/a través de Internet. ¿Por qué lo hago? ¿Qué “saco” en limpio de todo ello, más allá de engordar un ya sobredimensionado Ego y explorar los límites inagotables de la vanagloria? No lo sé. Realmente no sé porqué lo hago. ¿No resulta una idiotez esto de estar dándole vueltas a unas cuestiones tan anacrónicas como especulativas, y –sobre todo- tan desconectadas de la realidad, en un momento en el que cada minuto debiera dedicarse a la acción?

Más allá de la ingenua declaración de principios que apareció expresada en nuestro primer “Comenzamos”, a uno le gustaría presumir de su pericia en la magia del Wu-wei, el arte de conseguir -con nuestros enmarañados análisis y farragosos escritos- actuar sin actuar, permaneciendo en aquella inacción que Borges equiparó a cordura. Intuyo que no me habré de librar de esa buena dosis de egocentrismo que se le supone a todo aspirante a escritor, la cual habrá de impregnar las entrañas ocultas en la formas del tosco material literario por él producido. Seguramente haya mucho de vanidad y afán de exhibicionismo en poner por escrito todas estas reflexiones. Seguramente.




Pese a mi manifiesta inexperiencia en estas “plataformas blogueras”, que en la actualidad y con tanta eficacia, hacen las veces de socorrido púlpito, recurro a ellas sin ser consciente de anhelar adulación por parte de los cuatro amigos que –a su pesar- constituyen mi obligada feligresía, ni de buscar el público -y tan merecido- reconocimiento de mi “inconmensurable sapiencia”. A fuer de ser sinceros, tampoco me siento –no soy consciente de sentirme- “elegido sin causa” ni una especie de Mesías enviado para arrancar la ceguera de los simples mortales: allá cada cual, con la suya. Pero de lo que si debo de ser consciente –a juzgar por alguna de las reacciones recibidas- es que puedo llegar a provocar tal impresión. ¡Y peores!

Al hilo de la presente confesión, y ombligos aparte, siempre me resulta delicioso recordar aquella historia traída de la sabia mano de Antony de Mello:
Aquellos discípulos tenían multitud de preguntas que hacer a su Maestro acerca de Dios.
Este les dijo: «Dios es el Desconocido y el Incognoscible. Cualquier afirmación acerca de Él, cualquier respuesta a vuestras preguntas, no será más que una distorsión de la Verdad».
Los discípulos quedaron perplejos: «Entonces, ¿por qué nos hablas sobre Él?».
Y respondió el Maestro «¿Por qué canta el pájaro?»

¿Por qué canta el pájaro? Buena pregunta. El pájaro no canta porque tenga una afirmación que hacer. Canta simplemente porque tiene un canto que expresar.

Sin embargo ¿cuántas veces –como le ocurría al Hauberrisser de Meyrink- oímos esa voz que nos interpela a dejarlo ya? ¿Cuándo vamos a reconocernos incapaces de abandonar la idea obsesiva de “tener que buscar” –y pretender encontrar- ese “principio” que le falta al hombre? ¿En qué dichoso día nos dejaremos de tonterías y –aprovechando el misericordioso comienzo que nos regala la vida a cada instante- tendremos el valor de responder con seriedad a la cuestión “¿Quién soy yo?” y hacernos al fin a la mar, dejando morir cuantos pensamientos parásitos construyeron, hicieron nido y se refugiaron en el agrietado arrecife de nuestro cuerpo?




Bienaventurados aquellos que –como Goethe, Schopenhauer o Kant- velan, porque son plenamente conscientes de estar soñando, y nos llaman “al despertar” –en vano- a nosotros, a todos aquellos que “nos creemos” despiertos: los creadores de blogs, los hacendosos, los laboriosos, los incansables de este mundo, los roídos por la rabia de actuar. Somos como aquellos que el creador de "El Golem" imaginó cual feos escarabajos afanándose por escalar un tubo liso, escalando y volviendo a caer una vez llegamos arriba. Aquellos que imaginan estar despiertos, pero cuya realidad, en la que creen vivir –sombras de la caverna platónica- no es sino un sueño predeterminado hasta en el menor detalle y en la que la voluntad no tiene mayor influencia que la de cualquier vano afán. Aquellos, sin embargo, que como el cisne Kalahamsa, posean el discernimiento necesario y sean capaces de separar sueño y vigilia, hábilmente mezcladas en la turbia corriente de la existencia, tendrán su recompensa.




Mientras tanto, atardece. Deleitémonos, tras la plegaria, en la cautivadora danza de sombras irregulares que arroja el escaso fuego de la chimenea, dejando que sea el manto de la noche quien cubra el taller y se encargue de borrar los polvorientos alambiques y el atanor. A estas horas no es probable que nadie tenga intención de llamar a la puerta.

Otra vez será. Como no dudó en reconocer Claude Levi-Strauss, lo que verdaderamente importa es que el Espíritu, de cuando en cuando, y sin cuidarse lo más mínimo de la identidad de sus mensajeros ocasionales, va manifestando una estructura cada vez más inteligible a medida que siguen su curso doblemente reflexivo dos pensamientos que –por azar- se encuentran, se abrazan y actúan uno sobre otro, y de los cuales uno aquí y otro allá puede ser la mecha que o la chispa que, al unirse, causarán su iluminación común.




Independientemente de que mi pensamiento tenga la fortuna de entrecruzarse con el de otro ser humano –vencidas aquellas fuerzas de la disolución que tan insistentemente nos impelen a refugiarnos en la fortaleza de nuestra soledad, con tal de soportar el perseverante asedio del intercambio vano- al calor quizá de una segunda taza de té, el “Espíritu sopla por donde quiere”. Si así ocurre, ya no será necesario repartir la inefable experiencia que necesariamente habrá de brotar –tesoro inalienable e indiviso- del concurso amable entre dos o más almas reunidas en Su Nombre. En caso contrario, Dios sabe más.

Para poner fin a este “nuevo Golem” literario surgido –una vez más- para llamar tu atención, querido lector, termino abusando cómodamente de la genialidad de mi admirado Borges:

¿Por qué di en agregar a la infinita
serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana
madeja que en lo eterno se devana,
di otra causa, otro efecto y otra cuita?

En la hora de angustia y de luz vaga,
en su Golem los ojos detenía.
¿Quién nos dirá las cosas que sentía
Dios, al mirar a su rabino en Praga?



1 comentario:

  1. Tienes madera de escritor, a fe mía... El pájaro canta porque es su naturaleza cantar... El escritor escribe porque es su naturaleza escribir... El buscador busca porque es su naturaleza auto-encontrarse...

    Salud
    AA

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