domingo, 21 de agosto de 2011

El trono de Balquis

"Marcharemos contra ellos
con fuerzas a las que no podrán poner resistencia.
Terminarán sus días en el exilio,
empequeñecidos y humillados"
(Qurân 27, 36. Las hormigas)


"Bienaventurados los tuyos,
dichosos aquellos siervos que estando a tu lado
remansan su corazón con tanta sabiduría."
(1 Reyes 10, 8)


"Huye, amado mío,
cual gacela o tierno cervatillo,
por los montes de las balsameras!"
(Ha Shir Ha Shirim 8, 14)





La abundancia que rezuma durante la unión amorosa tiene su asiento en el más puro desapego. En la entrega mutua a la que se abandonan los amantes, lo distinto y aparentemente separado se muestra al fin Uno, en una suerte de prodigioso mandala alquímico capaz de reunir lo que no se concebía sino opuesto. Quién conoce este hecho lo hace desde la apertura a lo Real, luego no se confunde. Aquel que está despierto a lo Eterno, reconoce y sortea las vejatorias mañas del poder efímero y se somete de motu propio a los vertiginosos vaivenes del Siglo sin ofrecer demasiada resistencia, imperturbable aquel Corazón que reconoce cierta Su guía.

No vemos sino aquello que a cada momento, llevados por su voluntad, imaginamos. Tan arrolladora es la dinámica creadora que, para quién vibra acompasado a su latido y en el más absoluto Silencio, sólo es permanente en ella el cambio incesante que prevalece en el instante a cada instante.

La danza de Kali sigue imparable su curso. Los verdaderos fines que hicieron a Roma adoptar antaño el disfraz de Santa Inquisición y, en la actualidad, el de Autoridades Educativas y Sanitarias laicas, buscaban apartar (ellos dicen liberar) a las mujeres del trono que les había sido impuesto, desplazarlas de manera definitiva de funciones cruciales para la supervivencia, autonomía e inmunidad de los suyos: la alquimia de la gestación, el sacerdocio nutricional y la educación liberadora. Prueba de ello es que nombres como los de Hipatia de Alejandría o Hildegarda von Bingen han sido torticeramente manipulados o, peor áun, relegados al ostracismo más sórdido y al olvido.





Aquellos que siempre han financiado a los oscuros mercenarios a la causa, sabían de sobra que ellas eran la clave de bóveda para poder desmantelar el obstinado vínculo con lo Eterno, el único antídoto con capacidad real para hacer frente a los perversos designios de un feroz Patriarcado, al que -prentendiendo hacerle frente- ahora tan dócilmente reproducen, hacen el juego y sirven.

Sacerdotisas por naturaleza que, con el correr de los siglos y el persuasivo acicate de tormentos y hogueras, han renunciado a estar a cargo del fuego sagrado del hogar -ahora se dice "estar en casa y con la pata quebrada" a cambio de estar a merced -eso sí, ya plenamente liberadas del yugo masculino- de la cosmética inteligente y ageless y/o en las hábiles mános del cirujano estético de turno, con tal de lucir unas curvas envidiables o presumir de sus renovados y adolescentes genitales en sociedad, tratando de burlar el inexorable paso del tiempo a golpe de encima Q10 y botox.

Haciendo un uso magistral de la exitosa táctica mafiosa de crear primero el problema y después cobrar por la solución, la Cruz, verdadero Gran Hermano de nuestros convulsos días -asistido, eso sí, por los Goldstein ad hoc en todas sus fieles, discretas y diversas ramificaciones, incluidas of course las radicales "anti sistema" tan de moda últimamente- ha conseguido garantizar -de una vez por todas- la sumisión y rendición poblacionales a escala católica, esto es, universal o de manera globalizada, como se lleva decir ahora, a fuerza  de sembrar en nuestros genes el silencioso talén de Aquiles de la inmunodeficiencia. La escasez de alimentos y agua, harán todo lo demás. Objetivo cumplido.






Y todo ello sin armar prácticamente ningún alboroto, sin levantar más sospechas que las necesarias, sin hacer casi ruido, según la agenda prevista y dentro de las maquiavélicas macro campañas de desinformación brutal de masas -tanto las borreguiles y abotargadas como las minoritarias, tan indignadas ellas y alternativas- y alimentando la confusión conspiranoica de manera constante. Es un hecho. Crear ruido para llamar la atención y desviarla de allí dónde sería peligroso para sus intereses. Acostumbrar al ser humano a la "necesaria dependencia del progreso" para alejarlo de la tierra y la supervivencia autónoma, marchamo de verdadera Nobleza.

Las últimas carnicerías previamente programadas (a las que habría que sumar un sin fin de conflictos, crisis económicas y financieras, epidemias reales o preventivas, catástrofes "naturales" y "nucleares", la guerra y guerras permanentes y la también permanente indignación popular) y así servidas, están resultando ahora muy especialmente (¿e ntencionadamente?) escandalosas a la par que artificialmente ruidosas: efímeras portadas del día, cabecera fugaz de sumario noticiado, mero tópico de sala de espera o de ascensor. Menos mal que tenemos la suerte de disfrutarlas, con todo lujo de pormenores y detalles (estamos en el siglo de la libertad de desinformación) desde la comodidad del salón de casa. Además, el horror siempre resulta mucho más llevadero, cuando son "otros", extrajeros, a los que ves matar y morir, desde el confortable solaz de tu actual útero-sofá. Somos tan afortunados... ¡Esto es calidad de vida!

Descorramos sin miedo el telón. El mago de Oz ya no siente la necesidad de permanecer oculto por más tiempo. ¿Quién puede sobrellevar tantos milenios de anonimato? ¿De qué te sirve ser el amo del mundo si no se entera nadie? No parece muy extravagante pensar que ese 2% de familias que desde hace más de 6000 años "saben de que va la cosa" y que ocupan por designio sanguíneo la posición predominante que les permite disponer a su antojo (por encima de estados, tratados y leyes) del 98% de la riqueza y los conocimientos realmente interesantes, no van a estar demasiado inclinados a que tanto poder se les vaya de las manos. ¿Por qué resumir una cuestión tan compleja bajo la escueta etiqueta de la avaricia? Se trata de algo más... sutil.






La gente está inquieta. Se nota en el ambiente. De alguna forma no racional, saben que algo malo les espera a la vuelta de la esquina, pero no tienen idea de qué clase de monstruo se les avecina, aunque presientes que no va a tratarse de nada bueno. Aquellos, más avezados, que no se dejan sobrecoger por el miedo, se construyen en los ratos libres y aprovechando la abundancia de albañiles tras el colapso del boom inmobiliario, una especie de "bunker familiar" y se aprovisionan de abundante agua y conservas, por si sirve de algo eso de poner el culo a salvo, cuando pase la cosa. Sabia la maldición china que proclama: "¡Ojalá que vivas tiempos interesantes!".

En el 2012 no va a pasar nada. Será antes, o después, o nunca. Ellos deciden (¡y sólo ellos!) cuando tendrá lugar el cumplimiento de la profecía autocumplidora. Nostradamus ¡estaba a sueldo!, como lo están ahora los extraterrestres ¡y -cómo no- los Mayas! Las 33 familias que controlan los 427 linajes que cortan el bacalao, sonríen divertidos el "juego de abalorios", y sin hacer trampas, la ventaja de participar diseñando las reglas desde el origen de los tiempos y teniéndolo todo (aún hoy) tan bien amañado. Como ellos, el río desciende su curso -a veces lento, a veces rápido- siempre sin lucha. Tan sólo fluye. Fluye. Como ha hecho siempre.

Esclavos felices, corderos amedrentados, dóciles consumidores, que se sierten orgullosos de disponer de mil y una maneras -legales e ilegales- de doparse y poder soportar la verdadera habitación 101 de la que nos habló Orwell, el abismo aterrador e insoportable del alejamiento de Dios: no hay sucedáneos que valgan. Parece que el Sacro Imperio -una vez más- ha triunfado sobre el Orbe... Sus arcas -de nueva alianza- rebosan a salvo, esparcidas en los recónditos paraisos -en este caso- fiscales. Estamos hablando de haber logrado la materialización de la "tierra prometida"... Aunque, por desgracia, nadie quiere soportar el lastre de 6.500 millones de gentiles. Con unos 500, paisano arriba, paisano abajo, ya tenemos bastante.



"Abre tu mente..." (¡déjanos entrar!). Los compases de la negra coreografía sincopada ya están servidos, aderezados a golpe de tiro de farlopa o lo que buenamente se tercie (trafique) que, para el caso, el curioso ajedrezado que componen el mercado negro y la blanca botica y los cuantiosos márgenes generados... dá lo mismo:

"¡Dale a tu cuerpo alegría, Macarena..., que tu cuerpo es pa'darle alegría y cosas buensas..." "Aserejé, ah, dejé..." "Zumba, zumba, zumba... ¡No pares! ¡Sigue! ¡Sigue!"...

Total, son cuadro días. "¿Pa'qué vas a comerte el limón": Mantener una buena dosis de delirio colectivo, alimentar como sea un grado de excitación constante, regulado con ansiolíticos y antidepresivos, fomentar la búsqueda y disfrute de sensaciones y experiencias nuevas, intensificar y saturar -hasta su total extenuación- nuestros cinco sentidos, alimentar el vértigo, la angustia, el pánico, el delirio y la paranoia sin descanso. Y así, un día tras otro. Un día tras otro... Correr hacia ninguna parte: Ser o no ser.

La Atlántida se hunde de nuevo. Mejor dicho, la hunden. Y no nos referimos a ninguna clase de terremotos. La crucial pregunta del príncipe Macbeth, aunque ligera y perversamente tuneada por nuestra parte, aún sigue siendo plenamente vigente: Ser (de los malos) o no-ser. Almas de saldo, ¡esa es ahora la cuestión! Los que queden -y tengan qué comer y beber- escribirán (inventarán) de nuevo la "Historia Universal de la Infamia".


"Bajo las hermosas y extendidas ramas del nogal,
-mi querida Julia-
tú me vendiste
y yo te vendí."

También para nosotros ha de resultar válida aquella máxima de "vigila y persevera". Si los del Santo Monte y sus industrias adláteres, especializadas tanto en arrasar selvas y cultivos con herbicidas o "espuma naranja" como en castrar y patentar semillas que antes eran patrimonio de la humanidad, no lo remedian, -y ¡vive Dios! que están en ello, concentrando árduos esfuerzos y recursos-, aún hay esperanza: los granos y cereales integrales.

Por más que estos perversos magos del lenguaje quieran convencernos de que "transgénico" y "macrobiótico" son términos afines; por más que dañen el prestigio y la credibilidad de los que aún se atreven a reivindicar los pequeños cultivos autóctonos como el único remedio sostenible al hambre (fomentado) en el mundo; por más que la mayor parte de la población civilizada hayamos perdido los conocimientos que mantenían al ser humano ligado a su medio de supervivencia, la tierra, siempre nos quedará la rebeldía de comer sano e incluir cereales, frutas y verduras ecológicas en nuestra dieta. Recuerda apoyar el consumo de estos productos y comerlos siempre que puedas: en la memoria de la semilla está el árbol (y el bosque, y todos sus ecosistemas reunidos, y la vibración cósmica del Universo entero, si me apuras). Come sano y medita (esto es, recuerda por fuera y por dentro). Todo lo demás (el Reino, la tierra de los Bienaventurados, el verdadero regreso a Casa... y Su Justicia) te será dado por añadidura...

Date prisa y ¡detente!

Mi querido Winston, ¿Qué mas te puedo decir? Creo que ya he hablado -hace tiempo que vengo haciéndolo- demasiado. Anímate. La guerra -inevitable- no está del todo perdida. A Dios gracias, los diferentes niveles de la Creación se yuxtaponen en la mirada, no permitiendo nunca ver a Aquel que permanece en el Secreto, fuente misteriosa e incognoscible. A cada instante, la inagotable dinámica del Universo nos revela mundos y planos que parece que pugnan aún por ser descubiertos, joyas cuyo destello sólo la mirada de un corazón atento valora. Nuestro sueño es el sueño de lo Real, pero ¿dónde acaban los sueños? y ¿dónde comienza nuestro despertar?




Quizá, en el fondo seamos como aquel criminal arrepentido que, al final de los días y preocuado por su destino póstumo, inquirió a un pseudo-sabio sobre lo que debía hacer para obtener el perdón divino, y le cortó en seco la cabeza cuando aquel le respondió que para un ser de tal bajeza no había posible esperanza. La respuesta le habría de llegar, algunos días más tarde, esta vez del relato onírico de un verdadero sabio. Dicho sabio le contó que, meditando sobre la pregunta que no dejaba dormir a aquel criminal, él había tenido un sueño en el que Dios le transmitía el siguiente mensaje: "Dile a mi siervo..."

Ya no hizo falta proseguir. Fue al oír estas cuatro palabras cuando aquel hombre arrepentido exclamó: ¡Deténgase, por favor, no diga ni una palabra más!". "Pero ¿no quieres conocer hasta el final el resto de mi sueño?" -preguntó curioso aquel sabio y nocturno navegante. "No, no. No es necesario. Con lo que he escuchado ya es más que suficiente. Me basta con saberme Su siervo..."




Aquel óvulo fertilizado, arcilla viva que -dócil- un buen día fue tomando forma humana en el crisol alquímico del útero materno, sin más alimento que su sangre ni más alfarero que el DNA, hoy se sabe y reconoce proyecto de ser humano y -ya que no está de su mano ni puede evitarlo- ama. El Anhelo sólo es real cuando nace -o brota- de un corazón enamorado. El amor del que hablamos, no crece y prospera sino en la Tierra de la Sinceridad. Allí donde sólo tienen rectos pensamientos, rectas palabras y -lo más importante de todo- rectos actos.

Ignorad las ofensas, como fingen hacer ellos. Obrar sin esperar por ello recompensa alguna, como simulan hacer ellos. Demostrad toda la suavidad y paciencia del mundo en vuestros modos y maneras, tal y como ellos aparentan hacerlo. Y, al no reconoceros, os mirarán perplejos y desconcertados, eso sí, siempre discretos, correctos, amables, silenciosos... los del Grado 33.

Allí donde ser es parecer, ¡mejor no-ser! Andada de buey, pisada de lobo y ¡no te indignes! -no harás más que servirles en bandeja el juego-, mejor hazte el bobo. Que Dios nos coja confesados, que vamos a tener bién claro qué quería decir aquella expresión de "tener hambre y sed de justicia". No hay mejor exégesis que la del propio cuerpo. Aprovecha, ahora que aún está a tu alcance (no va a haber ni siempre ni para todos) poder consumir y disfrutar los ricos y variados cereales de la ya casi agónica agricultura ecológica (¿qué demonio querrá decir esa expresión?): Shibbolet, shibolet...




Distraigamos ahora a los que se creen muy listos -como solemos hacerlo habitualmente en este blog, aburriéndoles a la manera poética, para que, llevados por el imaginario egregor de los tiempos, regresen de nuevo al mal, que mola mucho más y -lo mejor de todo- ya lo llevamos todos bien, pero que bien dentro.

Poseídos también por esa suerte de fábula intemporal que arrastra a cuantos padecen el deseo de lo Eterno, quizá también los iniciados nos obcecamos en tratar de apresar entre los dedos un evanescente rayo de sol o malgastamos toda nuestra vida en pos de esa irisada mariposa de vuelo desigual y deslumbrante que nos fue obsequiada por el buen don Alejandro.




Primero iniciamos nuestra búsqueda casi sin pretenderlo en  el fresco y florido valle de la infancia, fascinados por los  alegre aleteo de esa escurrridiza y juguetona voladora incansable que nos desafía a capturarla. Luego, retados por su brillo iridescente y llevados por el ardor del espejismo juvenil, proseguimos la imposible caza y, sin temor ni ceder al desánimo, atravesamos cualquier árida llanura que nos salga al paso, sin preocuparnos por ortigas y zarzas. Más tarde, ya como adultos, entregamos el alma y voluptuosos la rendimos  a su amorosa seducción, toda vez que somos capaces de asumir la creciente pendiente y encaramos la cima de la montaña de nuestra existencia, contemplando como la brisa nos arrebata la presa una vez más, siempre huidiza y ligera como un perfume.

En constante persecución y guiados por su incesante revoloterar será como al final de nuestros cansados días y ya del otro lado llegaremos a descubrir con renovado asombro y la curiosa incredulidad del geógrafo que arriba tierras ignotas, aquel mágico recinto blanco amurallado con encantadores parterres cuajados de enbriagadoras flores perfumadas, un sin fin de plantas exóticas, un buen número de árboles variados atiborrados con las más jugosas y exquisitas frutas, y disfrutar como niños nuestro hallazgo, niños -eso sí- con las sienes despobladas y encanecidas.

Para luego y con exiguas fuerzas no hacer otra cosa más que tropezar, tropezar y volver a tropezar, los ojos casi enceguecidos, sin poder siquiera levantarnos del suelo, entregando nuestro último esfuerzo a tender nuestros debilitados brazos hacia la escurridiza y amada quimera voladora que ha guiado todos nuestros pasos, para apenas llegar a rozar levemente sus preciosas alas...



Únicamente tres amigos serán los que vendrán con nosotros en el postrer viaje: el primero queda en tierra (las frágiles huellas de nuestro legado espiritual) para dar el relevo, el segundo habrá de acompañarnos durante el póstumo tránsito (el anhero de ser o no-ser, según lo hayamos decidido en vida) y el tercero habrá de precedernos en el camino de regreso, testimoniando ante el tribunal que aguarda nuestra llegada (la verdad de nuestras obras).
 
Quiera Dios juzgarnos con misericordia y reconocernos suyos, para que podamos, Maat mediante, disolvernos al fin en Su eterno latido.
 
Quizá nuestro último suspiro también tenga la virtud de estremecer la densa atmósfera del camposanto que tenga a bien acoger nuestros maltrechos huesos, como premio de consolación a nuestra locura desmedida, como triste recompesa al desenfrenado anhelo de tratar de alcanzar un imposible ideal. Los infinitos dolores que creímos atravesar en el evanescente hechizo de nuestra existencia, en pos de ese sueño tan real como escurridizo, quizá no resulten del todo vanos, sobre todo en la medida en que seamos capaces de sentir en la yema de nuestros dedos aquel sutil e indescifrable roce.
 
 
 
 

sábado, 20 de agosto de 2011

La coartada de Salomón

"Aquel que os creó y os hizo aparecer, en su momento os hará morir;
muchos quedareis reducidos en vuestra vejez al estado más abyecto,
perdiendo toda noción de lo que en su día presumisteis.
En verdad, omnisciente es el Eterno, infinito es Su poder."
(Qurân 16, 70. La abeja)


"Desde que fueron traídas desde la nada por Dios,
las almas de los hombres no dejan de ser como viajeros y
no abandonan sus monturas sino en el Jardín o en el Fuego ."
(Ibn Arabí, Libro del Viaje Nocturno)

"Al día siguiente,
cuando Moisés fue a la Carpa del Testimonio,
la vara de Aarón estaba florecida:
había dado brotes, flores y almendros."
(Números 17, 23)



Es a través del susurro malintencionado y la tirana seducción de aquellos deseos que hacemos nuestros, como el ego se adentra en el pecho y toma asiento en nosotros, originando cada nuevo extravío en el olvido de Dios. En la actualidad, una gran parte del género humano gustamos de abandonarnos al impulso de saborear el mal en sus más variadas formas, bien sea desde el morboso prurito del principiante o enmascarados en la asepsia forense y sangre frían que caracterizan a los ya iniciados.

Como si se tratara -sin más- de una simple ensoñación o de mero artificio literario, escribimos la novela negra de nuestras vidas a fuerza de acumular pequeños crímenes cotidianos. Movidos como estamos por la tiranía acción de la pulsión sexual y la insaciable codicia, no siemre repartidas a partes iguales, es del domínio público que, en nuestros convulsos y agitados días, para descubrir al culpable sólo es necesario tomarse la molestia de seguir la pista que dejan los aromáticos rastros de semen o de dinero.

Todos reconocemos un cierto infantilismo, difícil de redimir, en esa predilección por las figuras malignas, en esa secreta veneración por el villano de turno que todos sentimos y no confesamos: quién esté libre de pecado...

La mera contemplación del mal en "los otros", por obra y gracia de las "neuronas especulares", también remueve en nosotros delicadas notas sutiles, haciéndo vibrar armónicamente resortes escondidos en las profundidades de lo más íntimo, despertando fibras que, por reprimidas, creíamos perdidas u olvidadas. Tal es el poder del mal.

Quizá se produzca una cierta identificación prohibida, al menos en lo que se refiere a esa fascinación que origina en nosotros la impunidad que presumimos y envidiamos en el malvado. Como ese fogoso in crescendo que despierta a los volcanes dormidos y los lleva a eyacular la ardiente lava, nuestra no admitida admiración por ellos también se expande y aumenta, hasta llevarnos a cuotas de ebriedad desconocidas, toda vez que sucumbimos al dulce veneno de descubrir en cualquiera de las múltiples modalidades del descarriamiento que nos ofrece el malvado, nuestro más fiel reflejo.

Por suerte, al igual que ya hiciera en su día el Sabio Salomón, y siendo personas normales como somos, siempre tendremos a nuestro alcance la providencial posibilidad de recurrir a la mejor de las cuartadas, la excusa circunstancial, echando todas nuestras culpas al mejor de los chivos expiatorios, la "situación": ¿qué hubieras hecho tú en mi lugar?...



En 1925 Guenon nos puso en guardia del vedantino devenir de nuestra degenerada especie y así mismo a salvo en el Cairo. Ese mismo año Arthur Schmitzlet nos contaba las desventuras de Fridolin en su "Relato soñado" al que Kubrick puso imágenes en 1999 en su obra póstuma, dedicada a cuantos mantienen los "ojos bien cerrados": "Una noche no es toda la vida"... "Ningún sueño es sólo un sueño". Parafraseando al "Nosotros" (1925) de Yevgeni Zamiatin, en 1947 George Orwell se atrevió a dejar un nuevo rastro literario sobre esos invencibles molinos de viento. La primera mitad del siglo XX parece plagada de avisos para navegantes.

Están entre nosotros. Los verdaderos psicópatas, esos que se las apañan como nadie para sostener el Estado de Derecho desde la privilegiada posición de jueces y diagnosticadores, antes de caer en la ordalía de ser juzgados y diagnosticados por terceros que no les sean favorables, campan -sutiles, discretos e imunes- por sus fueros. No salen en las noticias ni aparece su nombre -aunque sí las consecuencias de sus decisiones y actos- en los grandes titulares de los periódicos. Hábiles instrumentadores de la fama ajena, desdeñan esa notoriedad que tanto se anhela entre los vulgares.

Expertos en la creación de falsos recuerdos, escenas completas que -de un modo aterrador- habrán de jurar ciertas los convenientes testigos de cargo, saben también, por otro lado, alimentar las flaquezas psíquicas de aquellos débiles mentales que luego son presentados oportunamente como asesinos en serie. Haciéndose pasar por seres humanos, encuentran en el Kali-yuga actual su tan ansiado y esperado momento.

Ellos no necesitan anestesiarse con alcohol para hacer más llevadero el horror cotidiano que estratégicamente propician, dosifican y difunden. Tampoco se toman la molestia de ocultarnos un alma de la que por completo carecen. Actúan desde la simplicidad de unos fines previamente programados que ellos orquestan, disfrazados de "buena gente", satisfechos -dentro de sus restringidas posibilidades emocionales- de hacer bien su trabajo y actuar bajo el eficaz paraguas de la respetabilidad y el esforzado quehacer responsable, confundidos entre la gente, como uno cualquiera de nosotros.


Ante nuestra cotidiana, honrosa, variopinta y pragmática total falta de escrúpulos, ya ni siquiera ha de ser requisito indispensable la pertenencia activa en cualquiera de las numerosas negras fraternidades que pululan laboriosas en nuestros días. Nos bastamos nosotros solitos ufanados en desear el malogramiento de nuestro prójimo, en deleitarnos en los recovecos de su irredenta y vulgar mezquindad, regodeándonos en las surtidas bajezas que ofrece su deteriorada condición, saboreando cada uno de los hediondos y repulsivos intersticios de la humana vileza, disfrutando a rabiar ante la desgracia ajena y el mal que socaba la existencia del otro, tan alejados como estamos de toda bondad verdadera.

Nadie dijo que esto de transitar por los mundos intermedios fuera tarea fácil. Todos sabemos, por propia experiencia, que el viaje está colmado de penalidades, un sin fin de privaciones, pruebas, dolores y desgracias, que es un continuo superar peligros y temores inmensos que nos acechan y acucian a la vuelta de la esquina de cada etapa vital a la que atemorizados nos enfrenamos. Resulta de todo punto impensable encontrar durante nuestro peregrinar algún tipo de pausa, seguridad o bienestar: las aguas que nos rodean poseen un sabor alterable y los vientos que impulsan nuestra frágil nave en más de una ocasión tomas direcciones opuestas.

Nuestro compañeros de viaje son así mismo impredecibles. Las gentes de cada hornada divergen de la anterior. Toda vez que el viajero ha alcanzado la madurez de la corrección y es capaz de reconocer a su paso las distintas muestras de cortesía, necesitará coincidir y encontrarse con los sabios desperdigados que pueblen el basto universo su generación, y permanecer con ellos quizá toda una noche, tal vez una hora escasa, en ocasiones bastará una mirada... para despues continuar y proseguir su incierto camino. ¿Cómo puede concebirse algún descanso para quién está predeterminado a tal destino?



Mucho más sencilla la vida del ser humano ordinario, aunque sus prosaicos fines aún requieran el concurso explícito de las ajenas debilidades, de nuestra capacidad para despertar en nuestro prójimo la vanidad, la soberbia y el sutil amor propio, toda vez que previamente hayamos anestesiado en ellos toda capacidad para obrar en pos de la causa del bien. Hemos de aceptarlo, así están las cosas. Si no, ¡qué sería de nosotros! Si el mundo fuera ideal... ¡cuántos quedaríamos irremisiblemente sin trabajo, pasando a engrosar la fila de interminables parados! Menos mal que están muy lejos de ser así las cosas. No nos duelen prendas al reconocerlo: para conseguir lograr nuestro propio bien particular y lograr materializar con éxito nuestros individuales intereses, qué duda cabe, necesitamos ¡y tanto! servirnos del Mal.


Afortunadamente, el contexto actual lucha en nuestro favor, a la hora de fomentar la fiebre de la indignación en los desheredados del sistema, sirviéndose de una docilidad e ignorancia alimentadas desde hace varios siglos, para que ahora sirva a la conveniente causa de alimentar paulatinos desórdenes, periódicos disturbios, que alimenten la llama del odio y la intolerancia.


La partitura que sigue la falsamente plural oferta mediática que por doquier pretende asediar nuestras maltrechas conciencias, obedece al dedillo los designios e intereses del oscuro capital que mueve la batuta tras el escenario, esforzándose con denuedo por ordeñar en los fecundos guionistas mil y una maneras de rebajar cuanto sea posible las costumbres y gustos de la población abducida, alimentando las ya de or sí agitadas mentes con mayores dosis de conscupiscencia, violencia, miedo y crueldad, en aras de una mal entendida y sacrosanta libertad individual materializada en el cetro del ratón o cualquiera de los mandos a distancia que proliferan en nuestros hogares. No se descuida nada, ni el más ínfimo detalle, en la medida en cque pueda contribuir directa o indirectamente a degradar y corromper lo poco que aún nos queda de "humanidad", especialmente inoculando el carcinoma de la modernidad y propiciando su metástasis en el fértil ámbito de las  ya casi irrecuperables generaciones venideras.

No contento con cercenar el vínculo con lo espiritual, envenenando el conjunto de las Bellas Artes, alimento por excelencia cuando se trata de conseguir elevar y liberar de su prisión al alma, emboscado bajo la máscara del pseudo progreso científico y espoleando de forma permanente el acicate de lo novedoso, el Signo de los Tiempos, poderoso egregor imaginario del mundo actual, fomenta con avidez en todos nosotros la pandemia de la intranquilidad tratando de institucionalizarla como estado "normal" y habitual, alimentando las más variadas y perversas formas de impaciencia y desdén por todo lo antiguo, por bello y útil que fuese. El espejismo seductor de "lo tecnológico" de un modo sutilmente paradógico ha fijado en nosotros un permanente ansia de renovación, el loco deseo de cambiarlo todo y atoda costa, sobre todo en la medida que ese cambio nos permita estar "a la moda", esto es, asetear nuestra maltrecha condición humana y empeorar hasta su total degradación nuestra calidad de vida. Curiosa estrategia la que nos lleva a desoir la máxima heraclitiana e insiste en cambiarlo todo para que (se mantenga y perpetúe el desastre y) nada cambie.




Como ya aventuró Monsieur Guenon -y quizá debido a la creciente contaminación lumínica que asola nuestra ciudades- cada vez son menos los que, atentos al lobo, pueden ver y reconocer claramente las señales de un magistral complot, cuidadosamente urdido, diseñado y organizado, tanto más peligroso cuanto mejor disimula su depravación tras la cortina de la enésima tendencia de moda, el enésimo cacharro tecnológico ultra plano high-design o cualquiera de las múltiples iniciativas que pretenden identificar placer con modernidad, la compulsión de estar la onda.


Ahora que estamos rematando el periodo estival, quizá sea más necesario que nunca, dejarse guiar por el sabio consejo de aquellos astrónomos expertos que nos invitan a buscar y descubrir un lugar privilegiado desde el que realizar nuestra particular observación de los eventos cosmológicos. Ellos sugieren que sea cuanto más oscuro mejor. Aunque quizá esta recomendación nos obligue a escapar por un momento del agotador bullicio de nuestras civilizadas urbes y tener el valor de regresar a lo orgánico.


Quién sea capaz de armarse de valor y y tome la aparentemente ridícula decisión de velar en la noche y mantenerse despierto en el descampado hasta las cinco de la mañana, podrá deleitarse con el fugaz fulgor de las perseidas mucho mejor que desde el edulcorado confort que anega nuestras ciudades. Ese es el momento en el que la luna llena se sumerge en el oscuro horizonte, permitiendonos ver mejor, gracias a la intensa negrura que precede al amanecer, el intenso resplandor de las azarosas "estrellas caídas".


Prodigioso poder el que esconden estas fugaces luciérnagas del firmamento tardoveraniego. De un modo casi mágico y misterioso, los microfragmentos que se desprenden del cometa Swift-Tuttle al evaporarse en su aproximación al sol, al entrar en contacto con la atmósfera terrestre se destruyen y combustionan, creando esas falsas "estrellas fugaces" que, pese a su descarada inautenticidad, aún siguen faciendo posibles alguno de nuestros más recónditos deseos y desfaciendo algún que otro entuerto, por aquestos nuestros convulsos y agitados lares. Misterios de la cosmología aplicada.







sábado, 13 de agosto de 2011

Como yo quería

¡Considerad cuanto hay en los cielos y en la tierra!
Pero, ¿de qué sirven todos los mensajes y todas las advertencias
 a una gente que no está dispuesta a creer?
¿Esperan esos, acaso, que les ocurra algo distinto a los días de calamidad
que asolaron a aquellos incrédulos que les precedieron?
¡Esperad, pues, lo que ha de ocurrir:
que, ciertamente, yo esperaré con vosotros!"
(Qur’an  10, 101 Jonás)


“Sin los ritos,
perdemos el sentido de la vida
y nos convertimos en "cuerpos deshabitados."
(Joseph María Fericgla)




“Mais si tu viens n’importe quand,
je ne saurai jamais à quelle
heure m’habiller le coeur…
Il faut des rites.”
(Antoine de Saint-Exupéry, 1943)






La vida se le escapa al ser humano entre las manos. “Tempus fugit”: el tiempo huye. Cuando queremos darnos cuenta y tomar conciencia y cartas en el asunto, es ya demasiado tarde. La vejez y su decrepitud nos atan de pies y manos. Pasamos la mayor parte del tiempo mirando “hacia fuera”, hipotecando nuestra atención, el más valioso de los tesoros, en un sinfín de reclamos exteriores que pretenden atraparla y vampirizarla. Distraídos en la ficción de lo aparente perdemos el instante real. Desarraigados, incapaces de aceptarnos efímeros, nos inventamos inmortales y nos soñamos eternos. No existe bálsamo con que anestesiar tanta tristeza.




En el trasunto de esta distracción que llamamos “nuestra existencia” olvidamos que una vez todos fuimos niños y perdemos de vista (olvidamos) que hay cosas que son verdaderamente importantes, como domesticar una rosa que es única o ver escondido al elefante bajo aquella boa disfrazada de amenazador sombrero. Quién pudiera dejar atrás el horror, quién pudiera recuperar de nuevo el asombro infantil que perdimos y, a través de la imaginación creadora, entender y descubrir la realidad, dejando atrás los prejuicios cuantitativos en pos del cualitativo resplandor del mundo. Quien fuera capaz de dejar de sumar rencores nuevos a la lista interminable en las insufribles tardes de nostalgia.




Quien tuviera todavía el valor de enfrentar el espejo de su alma y atreverse a asomarse por vez primera a su mirada para, a través de la introspección y la autocrítica, juzgarla bien, con sabiduría y llegar a conocerla. Y, para conocerla, amarla.

Siempre nos queda tiempo para el perdón, para ejercitar nuestro amor y comprensión hacia los demás, esa es una lección muy importante en la vida, pluralidad de pensamiento y respeto siempre. Es necesario soportar las manías de la oruga cuando se quiere disfrutar de la hermosura de la mariposa que oculta. El sentido de la vida en ese amar que es preocuparse también por el bienestar del otro, saber decir tú, sentirse responsable de lo amado, de estar amando.





Nadie nos enseña a vivir. Ese es un arte que sólo aprendemos viviendo. Por más que se empeñen en querer convencernos de los contrario esos pomposos sucedáneos de mago, maestros del miedo, el sobrecogimiento y la tribulación, hábiles anegadores de la voluntad ajena,  no somos súbditos, no somos números, no somos votos, no somos admiradores ni nos vemos en la obligación de ser ni sentirnos admirados. No nos dejaremos esclavizar por la costumbre de vivir por vivir, condenados por el ahorro de tiempo, solitarios en compañía seducidos por el mezquino afán de durar. Nada tan hermoso como “perder” ese valioso tiempo tan duramente conquistado al cotidiano devenir. Al igual que la samaritana tras su crucial encuentro, nuestro corazón todavía tiene sed de ese agua.

Paradigma encarnado de puer eternus, un “buen día” Joseph María Fericgla llamó nuestra atención sobre la etimología del término griego “renos”, que da sufijo a su célebre técnica respiratoria: “buscar allí donde se sabe que algo está”. Lo que nos embellece a los seres humanos -y a los desiertos- es que en cualquier lugar de nuestro propio interior escondemos deliciosos pozos de sanadora agua. Los dioses escondieron la felicidad en nuestro corazón, sabedores de que allí nunca nos atreveríamos a buscarla… ¡Hace falta mala leche!




Adoro especialmente el capítulo XXI del “Petit Prince”, la obra maestra del malogrado piloto francés Antoine de Saint-Exupéry que nos habla de las vicisitudes de aquel niño con cabellos de trigo:



“Je n’ai alors rien su comprendre!
J’aurais dû la juger sur
les actes et non sur les mots.
Elle m’embaumait et m’éclairait.
Je n’aurais jamais dû m’enfuir!
J’aurais dû deviner sa tendresse derrière ses pauvres ruses.
Les fleurs sont si contradictoires !
Mais j’étais trop jeune pour savoir l’aimer.”
(Le petit prince, final del cap. VIII)


Es cierto: somos tan contradictorios los seres humanos... No hay espinas que valgan a la hora de frenar la extrema voracidad de los corderos, el romántico afán de los enamorados furtivos o desanimar en su celo a las crueles corrientes de aire. En la medida de tus posibilidades, deja ya de lamentarte. Regresa y protege en tu corazón a la rosa que abandonaste con todos los medios a tu alcance y no digas nada. Tan sólo espera, detente. Recuerda: el lenguaje es fuente de malos entendidos.



Los meses del veraniego extravío tocan a su fin. Como nuestra vida, agosto ya declina. Las esperadas e impredecibles lágrimas de San Lorenzo preparan nuestro corazón (le dan la vuelta) y reparan fugaces nuestra alma renacida para su ascensión virginal hacia un firmamento oscuro pero cuajado de esperanza. Manantial efímero y generoso de cascabeles risueños, a veces a las impávidas estrellas le da por derramarse. Ellas también nos dan de beber cuando miramos absortos el manto del cielo nocturno y nos enseñan que cuando nos cambia el corazón, todo cambia. Ahora y dentro, sigamos buscando. Los mayores secretos son así de simples: “on ne voit bien qu’avec le coeur. L’essentiel est invisible pour les yeux”…



sábado, 6 de agosto de 2011

Amor y conocimiento


¡Oh Nilo!
Por ti se han perpetuado de tus hijos las mil generaciones;
en el sur eres siempre venerado,
en el norte recibes bendiciones.
¡Tú lágrimas embebes sin enojos por el dolor del hombre,
en ti vertidas, y las devuelves luego ante sus ojos
 en abundancia y bienes convertidas!

Himno al Nilo, 2050-1750 a. EC)

“La ceguera de sus ojos no es
sino la de sus endurecidos corazones”
(Quràn XXII, 46)




Sabemos de sobra que sólo se conoce verdaderamente aquello que verdaderamente se ama. ¿Sabemos? Tenemos la certeza de que sólo resulta posible alcanzar un conocimiento real cuando éste es realizado desde el Amor. ¿Certeza? ¿Cómo podemos tener alguna certeza de estar “conociendo”, de experimentar algún tipo real de conocimiento?
El saber no puede ser definido ni como percepción, ni como opinión verdadera, ni tampoco como una explicación acompañada de opinión verdadera. Como todo paso estrecho, la aporía del conocimiento y su posibilidad real resulta un estrechamiento cognitivo difícil de atravesar sin arriesgar los maltrechos restos de cordura que pudieron haber sido rescatados tras el penúltimo naufragio.


Desde que Agripa sentara su cátedra de irredento escepticismo a finales del siglo I en sus “Cinco tropos”, los intransitables senderos de la duda parecían haber quedado reducidos a los consabidos disensio, regressus ad infinitum, petitio principii, sectio arbitrata y, cómo no, la rabiosamente “postmoderna” suscipio, tan del gusto de nuestros “intelectuales” en la cresta de la ola mediática o académica.
Por nuestra parte, siempre hemos sido dados a adherirnos a una suerte de mañas socráticas y preferimos sortear la duda y destapar la corriente moneda del “falso saber” que anega hasta los más recónditos intersticios de nuestra actual feria de vanidades, optando por escapar de la ciénaga tirando de nosotros mismos, y encontrar reposo y asueto en atajos más metafísicos y abstractos. ¿Qué le vamos a hacer?




Cuando no puedes fiarte ni de las promesas de amor eterno ni de la honestidad última de tus sentidos –siempre al otro extremo del fiable artilugio o del carísimo y ultrasofisticado aparato de penúltima generación cuántica-, solo nos resta confiar en los controvertidos “campos mórficos” de R. Sheldrake o en las no menos cuestionadas “neuronas especulares” del genial V.S. Ramachandran. O, lo que es lo mismo, de la Tradición Primordial, que hace parir hasta a los varones y nos invita a vigilar nuestro alma, descubriendo y desvelando así en nosotros (aletheia) la verdad que ignoramos –para hacernos al fin dueños de ella-  al tiempo que nos reclama a desconfiar con ironía de las públicas y democráticas certezas, y –cómo no- también de las nuestras: no es nada bueno, como ya señala el traidor en el Teeteto –y vive Dios que sabía bien de lo que estaba hablando-, confundir las apariencias engañosas con los frutos verdaderos.
¿Les he hablado en alguna vez del tema del Oro Real y el “oro falso”. No es momento ahora, dejemos esa cuestión –plagada de seductoras contradicciones y maravillosas paradojas irresolubles- para otra –mejor- reflexión. ¿Dónde estábamos? Ah, sí, en la dichosa aporía del Conocimiento.
Decíamos –tan imperativos como categóricos- que sólo se conoce verdaderamente aquello que verdaderamente se ama. Que sólo resulta posible alcanzar un conocimiento real cuando éste es realizado desde el Amor. Los sutiles filtros ideológicos de una postmodernidad que se pretende tan autosuficiente, a un tiempo escéptica y desideologizada, destilan desde hace varias décadas sus ponzoñosos frutos –silogismos de la amargura que cantaría Ciorán-: una realidad de todo a 100, desencantada y constreñida a sus –nuestros- límites, cuestionable y sin sentido, un Dios –desoyendo la sabia recomendación de Witgenstein al final del Tratactus- reducido a idea, a un concepto valorable, a un mero discurso lingüístico pseudofilosofable u opinable; y su más ensoberbecida aportación a la patética e intoxicada “posteridad”, la joya entre las joyas de los venenos… la deconstrucción del Amor.



Sin saber todavía muy bien a qué o a quién “debo” realmente agradecérselo -¿o quizá si?-, cierto es que reparado, despertado a mi pesar –no digo que no-, aún tengo corazón. No me pregunten cómo, pero aún funciona, esto es, se las apaña intelectualmente para mantenerme conectado –en contacto- con lo que está más allá, es decir, de algún extraño modo que se me escapa, sabe ser el primer peldaño de una escalera que lleva –aspira- a lo trascendente.
De esa misteriosa escalera –tan real como sutil- mi corazón recibe a cada latido la vida que lo anima y que él esparce generoso por todo mi cuerpo, para asombro de amantes y ex amantes, para desconcierto de boticarios y galenos. Morada amable, en él palpitan y se concentran todas las fuerzas de mi alma en su anhelo del Eterno. En el centro de su Jardín reposan y encuentran ternura y consuelo todos aquellos que ahora comparten mi vida y –cada uno siempre a su manera- la acompañan.



Horizonte luminoso en el que Cielo y Tierra se descubren unidos, Luna llena que retoza bañada por el dulce Sol del Espíritu, en sus orillas se funden a cada instante y en prodigiosa reunión las perennes Aguas de la Vida que dan sabor a la Identidad Suprema. Sin mérito alguno. También en ti. Detente. ¿No lo ves? ¿Por qué no bebes ahora y saboreas?
 
Serrat nos recordaba la imprudencia de ir por ahí eternamente camuflados, sobre todo en lo que se refiere –esto, espero que con su permiso, lo añado yo- a escamotearse del Eterno:

No escojas sólo una parte... tómame como Me doy:
entero y tal como Soy. No vayas a equivocarte.
Soy sinceramente tuyo, pero NO QUIERO, mi amor,
ir por tu vida de visita, vestido para la ocasión.
Preferiría, con el tiempo, reconocerMe sin rubor.

Cuéntale a tu corazón (que ya lo sabe)
que existe siempre una razón escondida en cada "gesto".
Del derecho y del revés (ad Traditio)
Uno sólo es el que Es, y anda siempre con lo puesto...
Nunca es triste la Verdad. Lo que no tiene es remedio.



Quizá también nosotros seamos los primeros en estar necesitados de algún que otro revolcón de humildad cuántica, pero al igual que Bartelby, el escribiente de Melville, y por los motivos que sean –quien quiere encuentra el medio; quien no quiere, la excusa- prefiramos “no hacerlo”.

Pues eso, lo dicho. Sinceramente tuyo, sinceramente nuestro: puro Amor y Conocimiento.




lunes, 1 de agosto de 2011

De fraternitas, sororitas y "la cosa de la liberación"

“¡Malditos tiempos de total falta de fe!
Los hombres, faltos de virtudes, no quieren mejorar.
Alejados de la santidad,
el extravío los corroe hasta lo más hondo.
La verdad se ha oscurecido y reina en ellos el demonio.
Abundan los malvados y enemigos de la verdad.
Y sienten la desazón de tener que escuchar
las enseñanzas directas de Aquel que está en ellos,
incapaces como son de acallar ni apagar su voz.
(Maestro Joka, Himno de la experiencia de la verdad, Año 800)

“Nihil sub sole novum”
(Eclesiastés 1, 9)

 “Sueño con encaramarme
a sus amplios miradores
para anunciar, si es que vienen,
tiempos mejores”
(Joan Manuel Serrat, El Horizonte)





Ahora que los verdugos van consintiendo, de una manera hábilmente estudiada y premeditada, y en dosis finamente calculadas, que sus víctimas tomen conciencia de forma analgésica y paulatina de cómo los especuladores financieros, auténticos yonquis de la voluntad poder -así como de otras sustancias y delitos-, han neutralizado durante años a la soberanía ciudadana, al poder legislativo, e incluso a las élites científicas y académicas, con el fin de dar rienda suelta a su ansia de enriquecimiento sin escrúpulos y convertirnos en los pertinentes chivos expiatorios de una crisis que no conoce fronteras, parece un buen momento, quizá, para reflexionar sobre el tan cacareado fin de los tiempos.

Ahora que el pan escasea y que la oferta circense –de tan manida y recurrente- se muestra falta de estímulos suficientes a la hora de conmover nuestros instintos más primarios y ha perdido en buena parte su eficacia a la hora de manipularnos-anestesiarnos-distraernos, no creo que la “pose de indignación” –cool trend do las haya- contribuya en modo alguno a refinar nuestro acercamiento a la realidad de las cosas ni proporcione el grado de distanciamiento necesario para alcanzar la verdad, tal y como ya nos recordaba en Sobre la Vida Feliz (2, 1) Lucius Annæus Séneca: “Vulgus veritatis pessimus interpres . Y no digamos, para remediar las cosas.





Es hora de enfrentarse a toda esa vorágine intencionada de sufrimiento y confusión, tomar las armas (del discernimiento) y emprender –una vez más, querido Arjuna- el combate (interior). Porque sólo con las armas (del discernimiento) y asomándonos sin miedo a nuestro interior y a la permanente (e ilusoria) batalla que en él se libra, entre las incansables fuerzas de la irrelevancia y el tenaz anhelo de nuestro corazón, cuando podremos emprender de una vez por todas, con seriedad y eficacia, la irrenunciable tarea ontológica –que no psicológica- del auto-conocimiento y cambiar, de este modo, definitivamente las cosas. Y es entonces, y sólo entonces, cuando tiene lugar el verdadero “fin de los tiempos”.

Desde ese Apocalipsis (revelación) resulta posible recuperar de nuevo la sencillez de vivir, y, desde esa sencillez conquistar y recuperar entonces nuestra naturaleza más esencial, según la entienden y en la que coinciden toda la cohorte de ateísmos y las mas variopintas formas religiosas tradicionales: la quietud.



Cuando perdemos contacto con la quietud interior, perdemos contacto con nosotros mismos. Cuando perdemos contacto con nosotros mismos y la conciencia que somos, es entonces cuando nos arrebata el mundo y su maraña de ilusiones, cuando “nos llevan los demonios” y se ceban –a placer- los depredadores.

Y en la quietud, el silencio. Un silencio que impide a la mente distraerse fluctuando entre sus interminables contradicciones. Un silencio que sencillamente contempla. Desde el que resulta posible sostener y perseverar en una vigilia serena capaz de hacer saltar por los aires el milenario “egregor patriarcal” que llamamos civilización y devolver nuestra atención al presente.



No nos engañemos. Sabemos de sobra que la verdadera civilización está en la amabilidad, en la sencillez, en la quietud. En aquietarse. Mirar cuanto aparece frente a nuestros ojos desde esa Conciencia que somos y que sólo aparece en el aquietarse, y en aceptar (que no resignarse a) la forma actual de las cosas. Y esa aceptación, que nace de la quietud interna, por extraño que parezca, es la que resulta verdaderamente transformadora. La que esconde (en donde nace) la creatividad e inspiración que necesitamos para dar solución a los problemas. A los verdaderos problemas, y no a los que se crean de una manera artificiosa para distraernos con cortinas de humo. La que nos otorga aquella simplicidad que nos permite apreciar las cosas como son, aceptar los retos y desafíos tal cual nos los presenta la vida, y la que nos proporciona el valor necesario para dar saltos en el vacío, con la certeza de que sólo en el vacío tiene lugar lo posible, lo aún inmanifestado, la utopía, la Jerusalén Celeste… que todos añoramos.

Todas las formas, habidas y por haber, todos los mundos posibles, incluso el que ahora tenemos la suerte de disfrutar, salieron de ese vacío al cual estamos irrevocablemente llamados a asomarnos tarde o temprano. Nadie puede hacer eso por nosotros ni vendernos recetas pre-fabricadas. Ni siquiera la que promueve esta reflexión.



La quietud, esa quietud inalienable y desde la que verdaderamente somos, es la única cosa de este mundo que no tiene forma. Pero en realidad no es una cosa, y tampoco es de este mundo. Cuando miramos un árbol o a otro ser humano desde la quietud, ¿quién está mirando? Algo más profundo que nosotros mismos. Allí donde la tierra y el cielo se encuentran, la conciencia está mirando a través nuestro su propia creación. Dios creó el mundo (y todavía sigue haciéndolo, por más que les pese a los mercados que pretenden usurpar su puesto) y vio que era bueno, desde la quietud. Eso es lo que ves cuando miras sin pensamiento, cuando contemplas desde la quietud interior.

¿Necesitas más conocimiento? ¿Crees que disponer de más información mediatizada, u ordenadores más rápidos, o más análisis científicos e intelectuales van a salvar al mundo? ¿No te parece que ya han pasado por la humanidad suficientes mesías, científicos y pensadores, como para que las cosas estuviera hace ya tiempo arregladas? Quizá debiéramos sustituir los bits de información por “perlas” de sabiduría.



Pero ¿qué es la sabiduría? ¿Dónde se encuentra? La verdadera sabiduría viene cuando uno es capaz de aquietarse. Sólo mira, sólo escucha. No hace falta nada más. Aquietarse, mirar, escuchar y aceptar activa la inteligencia no conceptual (incondicionada) que anida en cada uno de nosotros. Deja que sea la virtud (entendida como capacidad real de acción) heroica que nace de la quietud interior (no confundir trapaceramente con inmovilismo) la dirija tus pensamientos, tus palabras y tus acciones. Desconfía de tu ego, de sus sutiles condicionamientos, manipulaciones y disfraces, incluso aquellos supuestamente libertarios. La liberación –esa que nos descubre y nos permite reconocernos verdaderamente como hermanos y hermanas ad origen, más allá de toda obediencia y filiación profanas- es, afortunadamente, otra cosa y no está sujeta, a Dios gracias, a ninguna clase de intereses o fines particulares.

¿Indignación? No, gracias. Lo que necesitamos ahora es virtud. Que seamos héroes en la medida que seamos capaces de aquietarnos y dejarnos atrapar por ese “sueño consciente” capaz de arremolinar toda nuestra voluntad en torno a él y, lo más importante, atrevernos a vivirlo (realizarlo) sin miedo. Tarea de dioses ¿no crees? Rescatar en nosotros la Virtud: No es otra cosa la Tradición. Tal vez algún día nosotros también podamos llegar a decir con Arjuna y después permanecer en silencio:




“Desvanecida queda ya toda confusión mía.
Por tu gracia, oh Señor inmortal, he recibido la iluminación.
Firme mi fe y disipadas mis dudas puedo decir:
Hágase Tu Voluntad”
(Bhagavad Gita, 73)