sábado, 25 de diciembre de 2010

Natalis Solis Invicti


“Soli, invicti comiti”
("Al Dios Solar, compañero invencible”. Inscripción de un medallón romano)
“Agios o Theos,
Agios Iskyros,
Agios Athanathos, eleison imas”
(Trisagio griego)

“Era la luz en las tinieblas, más las tinieblas no lo entendieron”
(Juan 1, 5)


El Adviento constituye un periodo magnífico de espera espiritual. Miramos la gélida noche invernal esperando -quizá la gracia de que nos llegue- una Palabra desde el Cielo (nivel macrocósmico), o tal vez miramos atemorizados la negritud de nuestra alma escéptica y desesperanzada, presa del miedo y el desencanto vital, sumida en tantos desengaños que destilan un tedio amargo que parece allí instalado para siempre y reseca de un modo certero nuestro corazón a fuerza de padecer continuos sufrimientos (nivel microcósmico): ¿Hay peor lugar para el renacimiento de la Luz?
Y sin embargo es allí –en medio de la plena oscuridad de nuestra alma- donde tiene lugar el milagro cotidiano, la victoria inesperada de la Luz que brota en el centro de aquella negrura y que –al principio de un modo insignificante, semejante a un grano de mostaza (Mt 13, 31-32)- traza los contornos donde se unen el Reino y los Cielos, el establo semi-derruido – Virgo genitrix- que será Morada Axial y Corazón de Luz tras su total rendición a la Acción del Espíritu. Un alma que se sabe esposa de la Luz y madre de la Palabra: Comunión e Invocación.
            Siguiendo la Tradición y asistidos por nuestros Maestros espirituales, protegidos por el Guardián de este santuario “improvisado”, invocaremos –quizá desde el silencio –pero en actitud adecuada de sumisión, fidelidad, perseverancia y esfuerzo de concentración- la llegada victoriosa del sol en los horizontes cósmico e íntimo, para sorpresa de nuestra permanente tendencia a la auto-afirmación y dispersión profanas.




Situados en el Axis Mundi –estado de Gracia pasivo y activo- desde donde Cielo, Tierra e Infierno (macro y microcósmicos) nos contemplan y claudican (2 Fil 10), invocamos la presencia del Sol Invicto, involuntarios garantes de su Reino.
En el día del “Sol Nuevo” (Dies Solis Novi) comienza un nuevo ciclo (año). Por lo que nos cuentan los arqueólogos, esta divinidad solar tenía un lugar privilegiado entre los dioses primordiales (Dei Indigetes) y sus rastros abundar por doquier, ya sea en forma de símbolos, signos, hierogramas, rudimentarias anotaciones en calendarios y estelas astrológicas, en distintas dibujos realizados sobre vajillas, armas (labrint arcaicas), utensilios y ornamentos, cavernas, círculos rituales de piedra… Su representaciones más habituales son en forma de carro solar, discos radiales y cruces de todo tipo (sobre todo svásticas).
Los solsticios, por su carácter de fenómeno natural, albergan una significación simbólica y espiritual especial, ya que al ser percibidos por los sentidos, sobrecogen de un modo intenso y ayudan al ser humano a restablecer una comunicación (comunión) con aquello que le trasciende.
Con sus fases –ascendente y descendente- el Sol, luz de los hombres y de los campos, constituye el símbolo cósmico por excelencia. El solsticio de invierno, antesala de los rigores estacionales, constituía un punto crítico que se vivía con especial dramatismo, sobre todo por la inmersión en las zonas polares en la pesadilla de una interminable noche. El punto más bajo de la eclíptica mostraba un astro mortecino, el momento donde la “luz de la vida” parecía apagarse, desaparecer, precipitándose en la tierra helada y “desolada”, engullido por las aguas, por las sombras de los bosques, para desaparecer de forma irremediable.
           Pero entonces, contra todo pronóstico, ese débil faro celeste remonta su posición, adquiere fuerzas para elevarse de nuevo, desprendiendo una claridad renovada. Y es entonces cuando de nuevo –tímidamente- se abre paso la vida, renace la esperanza de un nuevo ciclo, un inicio, un comenzar. La “Luz de la Vida” triunfa y resplandece otra vez. El “Héroe Solar”, vencedor sobre sí mismo, conquistador de sí (el término “jaina” -Jainismo- significa conquistador, al igual que Mahavira), surge del abismo invernal, renace de las aguas heladas. Más allá de la sobrecogedora oscuridad y del frío mortal se experimenta y se vive un nueva liberación: el Árbol Simbólico del Mundo que sostiene la Vida se anima con fuerzas renovadas.


Comenzamos



Nel mezzo del cammin di nostra vita
mi ritrovai per una selva oscura,
ché la diritta via era smarrita.

Inspirados, una vez mas, de las sabias palabras con las que el maestro florentino inaugura la Divina Comedia, nos embarcamos a la aventura de compartir nuestra experiencia en el sendero de la búsqueda espiritual.

Atravesando uno de los momentos más difíciles de nuestra vida, intentaremos hacer que de tanta oscuridad florezca algo de luz para los corazones de cuantos se atrevan a asomarse a nuestras reflexiones. 


El símbolo del yin - yang nos advierte de la necesidad de adentrarse en el "lado oscuro" de la fuerza (descenso a los infiernos, noche oscura del alma, crisis de angustia vital...) para rescatar la perla de luz que allí se esconde, y del riesgo de quedar cegados (detenidos en nuestro transito de crecimiento y emergencia espiritual) en una falsa luz, si no afrontamos debidamente nuestra sombra.


Con estas reflexiones pretendemos crear un campo de indagación y búsqueda legítimo para ahondar en la riqueza cultural de occidente, muy especialmente en la dimensión simbólica de lo sagrado, sin temor a pasar revista a temas como el gnosticismo, la alquimia, la cábala, el sufismo, la mitología, los alcances espirituales de la psicología y la literatura, moviéndonos entre la precisión rigurosa del estudio académico y la inspiración creativa del influjo espiritual que proporciona el contacto con las fuentes.

Intentaremos encontrar un modo de expresión contemporánea de esa clase de conocimiento visionario surgido del peligroso encuentro con las profundidades de la psique y que, trascendiendo la estrechez de miras del sentido común, se abre al océano del “suprasentido”, allí donde cabe la posibilidad de encontrar la apertura al misterio de la vida.

En último término, con esta modesta contribución sólo ambicionamos contribuir a continuar la obra de tantos buscadores que lograron abrirse paso en un mundo dominado por creencias dogmáticas y convencionalismos mezquinos para encontrarle un sentido al sinsentido de esta “pasión vana” que llamamos existencia, para apoderase del vellocino de oro, el santo grial, la piedra filosofal, las manzanas de las Hespérides, los accesos a Agartha o Shambala…

Su legado demuestra que la búsqueda misma ya es en sí todo un descubrimiento, siempre que se prefiera encontrar un camino auténtico a vivir extraviado, adentrarse en el simbolismo de lo sagrado, misterio tremendo y fascinante que constituye la fuente inagotable de la vida misma.

Somos conscientes de que estamos inmersos en la paradoja extraordinaria de las circunstancias presentes. Nunca como ahora –Internet mediante- tuvimos tantas facilidades para encontrar reunidos numerosos testimonios de la Sabiduría Tradicional de todas latitudes y épocas y gozar de la difusión del conocimiento a gran escala, consultar textos sagrados en lenguas modernas, acceder a la hermenéutica de símbolos, cotejar y comparar prácticas espirituales de un gran número de tradiciones. Tenemos tanto, pero el hipnotismo de los medios de difusión y la cultura tecnocrática promueven una aproximación tan superficial que nos mantiene en el espejismo de conocer, cuando en realidad sabemos tan poco. Tal profusión de información nos exige una serenidad que nos permita indagar en el propio ser para que aquella se transforme en conocimiento y llegue al lugar correspondiente y nos aumente el alma.

Nos gustaría que alguna de estas reflexiones resultaran “sanadoras”, en el sentido original de la palabra, ayudando a los lectores a encauzar su ser, maltratado por el modo de vida moderno, y alcanzar cuotas crecientes de auto-conocimiento y, por ende, de paz.


Todo está preparado. Comenzamos.