martes, 19 de abril de 2011

Sursum Corda

“Los Buscadores de la Verdad,
dándose cuenta de que era imposible encontrarla,
se convirtieron en Buscadores de la Mentira.
A medida que la descubrían y la eliminaban,
se iban esfumando.
Al desaparecer ellos, brilló la verdad”
(A.  Jodorowsky, Cuentos mágicos)

 Amor, que de un corazón gentil presto se adueña.
Amor, que amar a amado alguno no perdona,
me prendó del placer de este tan fuertemente
que, como ves, no me abandona.
(Durante Alighieri, Infierno, vv. 103-105)


Para la Tradición Judía, la fiesta de la Pascua representa la conmemoración un acontecimiento liberador, testimonio de un deseo –todavía vigente- de esperanza y anticipo de una Liberación que todos los seres humanos anhelamos definitiva. La vía iniciática puede ser dibujada como una senda ascendente guiada por un anhelo, un camino de peregrinación hacia lo más Alto, cumbre en la que se espera alcanzar también una Liberación, a través del establecimiento de una Comunión real con el Dios Vivo. Una meta así, ¿puede llegar a estar a nuestro  alcance? ¡Pues claro que no!
Ícaros de las postrimerías, –sin ser del todo conscientes- al Dédalo de la ciencia y la tecnología reclamamos unas “alas mágicas” con las que emprender el vuelo definitivo hacia el Olimpo, aquel que nos permita elevarnos -de una vez por todas- a las satvicas alturas del Ser, para conseguir llegar a ser plenamente independientes, totalmente libres, alcanzando así la misma cualidad divina.
Sin embargo, la persuasiva fuerza de gravedad tamásica se muestra en muchas ocasiones brutalmente poderosa y contrarresta el impulso de nuestro anhelo de elevación con eficacia, apegándonos a lo material.


Nuestra condición humana nos sitúa punto de intersección entre dos campos de fuerza. Ante todo, está la fuerza que nos atrae hacia abajo – hacía el egoísmo, hacia la mentira y hacia el mal; la gravedad que nos abaja y nos aleja de las posibilidades de Liberación. Por otro lado, está la fuerza de la llamada a regresar al Amor, aquel a través del que amamos cuando somos amados.
Mache dich, mein Herze, rein,
Ich will Jesum selbst begraben.
Denn er soll nunmehr in mir
Für und für
Seine süße Ruhe haben.
Welt, geh aus, laß Jesum ein!
(J.S. Bach, Pasión S. Mateo)
Re-cordar la Pascua, el paso liberador, volver a ponerla en nuestro corazón. La Tradición primordial atribuye importantes funciones a la víscera cardiaca, nudo y centro sanguíneo en el que –de un modo misterioso- confluyen el intelecto, la voluntad y los afectos, lo corpóreo y lo espiritual, propiciando la amorosa experiencia de sentir la presencia de lo divino en nosotros, verdadera fusión alquímica que crea la aleación entre lo inmanente y lo trascendente, y una belleza que -al no dejar rastros- de un modo irremediable nos transforma. Hay quien sabe, por haber encontrado su corazón, que Amar a Dios es conocerLe.
Sursum corda: nuestro corazón debe “ser elevado”. Tarea fuera del alcance de nuestra condición cautiva, prisioneros del devenir, sumidos como estamos en la extrema bajeza de la existencia humana. Sin duda, una mirada limpia (“Bienaventurados los limpios de corazón…”) que sea capaz de atravesar la actual coraza de soberbia nuestra especie, habrá de descubrirnos demasiado débiles como para elevar nuestro corazón a semejantes alturas. De hecho, la misma arrogancia de querer hacerlo solos nos incapacita a tal fin.
¿Cómo encontrar los medios para realizar una tarea imposible? ¿Qué sentido tiene tratar de intentar cualquier clase de esfuerzo que busque transmutar el plomo que nos abaja en un “azufre rojo”, capaz de elevarnos a las alturas de nuestro verdadero ser?


Para el que ha sido interpelado por su Amor, no parece una obsesión tan enfermiza y sensiblera la de lograr arrepentirse y anhelar tener la oportunidad de presentarse de nuevo con unas manos inocentes, estrenar un corazón remendado que se aún sueña puro y conseguir rechazar para siempre la mentira que somos, en pos de una Verdad más grande, con tal de llegar a contemplar Su rostro, dejando que el Amado nos bese “con los besos de Su boca” (Cantar de los Cantares 1, 2).
Anhelo eficaz, únicamente, en la medida que reconozcamos con humildad que ha de ser el Amado quién, cual sutil GPS, nos indique el camino más adecuado, quien nos brinde las fuerzas para perseverar en la ruta, quien nos eleve a los umbrales de sus aposentos y, si es su deseo, nos abra finalmente la puerta de la alcoba. Como mucho, nos cabe la apuesta de confiarnos a la verdad de su Amor. Que no es poco.

La conmemoración de la Pascua judía y cristiana, es un buen momento para recordarlo. “Ecce Deus fortior me, veniens dominabitur mihi”. Aviso para navegantes: La Liberación de la esclavitud no es un juego. Una vez dentro, atravesado el Mar Rojo, tu corazón será puesto a prueba, y existe la posibilidad de que lo pierdas todo. “Dio mio, Dio mio, perche mi ai abandonatto”.

Sólo ahora al fin entiendo, embriagado por el mosto de la granada, que los que aparentaban ser mi deseo y mi querer de entonces, en realidad, eran movidos por aquel que mueve el sol y las estrellas:

La gloria de aquel que todo mueve
penetra por todo universo, y resplandece
en unas partes más y en otras menos.
En el cielo que más de su luz prende
fui yo, y vi cosas que redecir
no sabe ni puede el que de allí desciende;
porque acercándose a su deseo,
nuestro intelecto se ahonda tanto,
que tras él la memoria ir no puede.
(Durante Alighieri, Paraíso I)

No puede. No puede.



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