lunes, 25 de abril de 2011

El Óleo de la Misericordia

«Entonces Dios dijo a Miguel:
“Toma a Henoc y quítale sus ropas terrenas.
Úngelo con óleo suave y revístelo con vestiduras de gloria”.
Y Miguel quitó mis vestidos,
me ungió con óleo suave,
y este óleo era más que una luz radiante...
Su esplendor se parecía a los rayos del sol.
Cuando me miré, me di cuenta de que era
como uno de los seres gloriosos»
(Libro de Henoc II, 524).

 «Estad siempre alegres en el Señor;
os lo repito: estad alegres»
(Flp 4, 4)


Como recordaba Hierocles de Alejandría, antes de que nuestra alma pueda iniciar tratos con los seres etéreos (dioses) es necesario liberarla de la “tumba del cuerpo” y hacerla luminosa (augoeidhs), convertirla en una suerte de alma radiante, quintaesencial que, orientada hacia arriba se vuelve seca y fogosa (Heráclito) creando en nosotros contenidos, ideas y objetivos espirituales, más, vuelta hacia abajo, dicha alma se humedece y se torna acuosa, creando en nosotros imágenes engañosas (fantasías).
El desarrollo de la totalidad de las posibilidades de un ser, incluso en un orden poco elevado como el que representa el dominio psíquico, no debe ser tomada como un fin en sí mismo, sino como un medio para alcanzar un propósito de orden superior. Guenon no mostró ninguna clase de remilgos al advertirnos que las fuerzas satánicas de la “contrainiciación” disfrutan arrastrando a los iniciados a perderse en el caos del mundo intermedio y sus cantos de sirena. Se da así el caso paradójico de que aquello que estaba destinado a ser un soporte sólido de la realización espiritual (práctica meditativa) se convierte así en obstáculo privilegiado de la misma, abriendo las puertas a todo tipo de influencias de naturaleza maléfica que se apoderan del psiquismo individual, toda vez que este no es conciente ni de su presencia ni de su verdadero carácter.
Algunos se dejan extraviar por este espejismo buscando la producción de fenómenos extraordinarios (poderes); otros centran su consciencia sobre «prolongamientos» inferiores de su individualidad humana, tomándolos equivocadamente por estados superiores, simplemente porque están fuera de la realidad-tunel de su banal y mediocre vida cotidiana (de la que nunca debió de haber intentado salir); los más buscan distraerse “experimentando” sensaciones nuevas, bajo la etiqueta de moda de cualquiera de las formas exóticas de falsa espiritualidad.


La pérdida de tiempo y los esfuerzos dilapidados en producir fenómenos pseudo-espirituales es un mal menor, comparado con el fuerte enganche que ocasionan y el irremediable extravío: Al sujeto, incapacitado ya para progresar efectivamente en el ámbito de lo espiritual, solo le corresponde la certera desintegración de su conciencia individual que cabe esperar del contacto continuado con lo infrahumano. Buscar la realización espiritual por medios inapropiados es abocarse a la propia destrucción psíquica, por más que a uno se lo vendan como “conciencia cósmica”, “nirvana Express” o similares. El satanismo contrainiciático busca por todos los medios a su alcance la erradicación de cualquier manifestación de espiritualidad real, y qué mejor modo de lograr su meta que adulterando el concepto hasta su total desvirtuación.
Arrojarse a la diversidad de formas indefinidamente cambiante y huidiza, propia de las turbulentas aguas psíquicas (inferiores), sin saber nadar no produce sino un certero ahogamiento en un “atractivo” reino de muerte y disolución sin retorno. En lugar de dispersarlas en vano, concentremos todas nuestras potencias en alcanzar las aguas espirituales (superiores), aquellas que carecen de formas.


Partamos en busca del Árbol de la Vida, aquel que destila el Óleo de la Misericordia con el que son ungidos los que huyen del destino de la enfermedad, el dolor y la muerte, aquellos que renacen del agua y del fuego del Espíritu. El arcángel San Miguel nos hará entrega de una pequeña cantidad, suficiente,  que habrá reservado. Al derramarlo sobre nuestra cabeza sentiremos como aquel sagrado óleo nos revestirá de gloria y transformará nuestra vida desde dentro. Saborearemos cómo creará en nosotros una vida nueva, verdaderamente capaz de eternidad, transformándonos de tal manera que aunque no acabé con la muerte, comencemos en plenitud sólo con ella.
Nuestra vida real parte de ese “comienzo”. Ser revestidos con tan peculiares indumentos iniciará un proceso que habrá de transcurrir a lo largo de todo nuestro periplo vital, es el comienzo de un camino que abarcará toda nuestra existencia, que nos facultará para comparecer en presencia del Eterno, desarrollando en nosotros un sentido de eternidad.
Despojados de las viejas vestiduras de la muerte (Ga 5,19ss.), vueltos hacia occidente, símbolo de las tinieblas, del ocaso, de la muerte y, por tanto, dominio del extravío, pronunciemos un triple “no”: al demonio, a sus pompas y al pecado. Rechacemos esa realidad-tunel que encadenaba y encadena al hombre a la adoración del poder, al mundo de la codicia, a la mentira, a la crueldad. Liberémonos respecto a la imposición de esa forma de vida, que se nos presenta como placer y que, sin embargo, impulsa a la deshumanización, a la destrucción de lo mejor que tiene el hombre.
Purificados por el agua que renueva nuestra alma y revestidos de blanco, de luz y de vida por la acción del Espíritu (Ga 5,22), volvámonos hacia oriente, símbolo del renacer de la luz, del Sol Invicto.
Para Zósimo de Panópolis, la verdadera obra alquímica reside en la obtención del caro espiritualis o cuerpo de resurrección, en la transformación y regeneración del «espíritu interior» del «cuerpo sutil», a través de la imaginatio vera, haciendo que el estrecho marco de nuestra existencia se vuelva entonces diáfano y nuestro corazón se remita por vez primera a lo infinito.
Conformarse con sucumbir a un arquetipo o estar poseído por el mismo es muy sencillo, pero anímicamente con ello no se logra nada, sólo el demonio viene y abandona de nuevo al ser humano en la frustrante estacada de su ego cotidiano. Como nos señala Borges en su “Everness”, parece que lo de resucitar es otra cosa:
Sólo una cosa no hay. Es el olvido
Dios que salva el metal salva escoria
y cifra en Su profética
memoria
las lunas que serán y las que han sido.
Ya todo está. Los miles de reflejos
que entre los dos crepúsculos del día
tu rostro fue dejando
en los espejos
y los que ira dejando todavía
.
y todo es una parte del diverso
cristal de esa memoria,
el universo;
no tienen fin sus arduos corredores
y las puertas se cierra tu paso;
sólo del otro lado del ocaso
verás los Arquetipos y Esplendores.



1 comentario:

  1. Esta entrada la estaba esperando y ha llegado. Mereció la pena la espera.

    Y... una dulce promesa o, mejor, afirmación:

    "No temas, que Yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre, eres mío"
    (Isaías 43, 1)

    Gracias :)

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