lunes, 3 de enero de 2011

Solis Sacerdotibus (Lucas 6, 1-4)


“Quien volviendo a hacer el camino viejo
aprende el nuevo,
puede considerarse un verdadero maestro.” 
(Confucio)
“Dos tercios de tu vida han pasado
sin siquiera pulir una parte de tu fuente de santidad.
La vida te devora.
Tus días están ocupados entre esto y aquello.
Si no cambias al escuchar mis palabras…
¿qué más puedo hacer?
(Dogen, “Instrucciones para cocinar”)


Las venturas y desventuras de todo camino espiritual, a fuer de ser honestos, son el fruto de innumerables encuentros ocasionales con personas sabias (“notables”, que diría Gurdjieff) que “aparecen” y “desaparecen” a lo largo de nuestra vida. Con frecuencia, la mayoría de estas personas desean permanecer en el anonimato (por ejemplo, no se les pasaría por la cabeza escribir en un blog) pero no se muestran reacias a entregar generosamente su sabiduría. Gracias a la labor sin interrupción realizada por ellas a través de los siglos, la Tradición Primordial permanece viva hasta nuestros días y su conocimiento –que aun mantiene el procedimiento privilegiado de la transmisión oral- no se encuentra en los libros. Que las bendiciones del Eterno estén sobre estas “sabias personas”, por hacer de su vida un precioso legado transmitido tan generosamente a lo largo de los tiempos.

Conservar la Tradición Primordial no ha sido tarea fácil. Mantenerla a salvo de esquemas filosóficos, teológicos, ascéticos o místicos a evitado que cayera en un proceso imparable de esclerotización propia de toda jerarquización eclesial. Los intentos de adulterar su mensaje no han resultado del todo exitosos, para disgusto de la neoespiritualidad laica a gusto del consumidor que ha creído reencontrar la Edad de Oro en esta Nueva Era de deshumanización tecnológica.

Muchos se cuestionan la veracidad de tan tajantes (quizá dirían dogmáticas) afirmaciones: “Si la Tradición Primordial está viva, ¿dónde?” ¿No estaremos cayendo –una vez más- en el autoengaño de pretender la revitalización imposible de lo que sin duda no es sino una quimera arqueológica, sabiendo con cuanta facilidad “creemos lo que queremos”? Como cuando de niños nos tragamos todas esas patrañas de los Reyes Magos…


Estamos convencidos que allí donde mejor y más fiel se conserva la Tradición Primordial es en la práctica cotidiana de los verdaderos iniciados (“solis sacerdotibus”) que han sabido mantenerse a prudente distancia del racionalismo o cientificismo occidental, así como de cualquier pretensión de erudición.

El problema de la Tradición Primordial no se encuentra –hablando a grandes rasgos- en la práctica cotidiana del sendero iniciático, sino sobre todo en el propio discurso (entonemos aquí nuestro “mea culpa”) acerca del ámbito tradicional (es decir, en las propias explicaciones sobre lo que es o deja de ser la Tradición Primordial). Y no se trata de un problema menor, pues de una manera u otra acaba afectando seriamente a la praxis iniciática ordinaria.

Pese a que con frecuencia se pretende hacer parecer una determinada forma tradicional “dominante” como acceso exclusivo a la Tradición Primordial, tal maniobra sólo persigue la defensa de oscuros intereses socio-económicos que justifiquen (aún hoy) acciones de control y apropiación colonial de los recursos humanos y materiales del (así llamado) infiel y la adhesión incondicional del “rebaño propio” al establisment de la (así llamada) identidad imperial, nacional o –simplemente- “Verdadera Fe”: “Extra ecclesia nulla Salus est” o –en versión post moderna- “el que se mueva no sale en la foto”.

Se nos dice que no es casual que uno nazca en una forma tradicional determinada y, a tenor de ello, debe completar su itinerario espiritual “natural” en ella so riesgo de incurrir en el “pecado mortal” de la apostasía. Por desgracia, la mayoría de las formas tradicionales han perdido la referencia de aquellos sujetos que fueron origen y fundamento de las mismas: Moisés se escandalizaría del becerro de oro en que se ha convertido la cábala, Jesús renegaría de escandaloso tinglado que en torno a su vida, muerte y resurrección ha montado la curia vaticana y Muhammad exclamaría indignado que para acercarse a Allah no es necesario (ni recomendable) ser sufí.

Otro error frecuente es, con la excusa de la raíz común que supone la Tradición Primordial, considerar que todas las vías espirituales son iguales. Digámoslo de un modo claro: ni todas las vías espirituales son iguales ni admiten –mal que le pese a nuestra comodidad e impaciencia occidental- traducción simultánea. Existen maneras claramente diferenciadas de intuir y relacionarse con lo sagrado. Solo nuestra “pereza” nos hace caer en el batiburrillo espiritual de confundir –con mayor frecuencia de lo que sospechamos- la velocidad con el tocino. Inconvenientes de la traducción automática: “traductore, traditore”, lo que la mayoría de las veces “se traduce” en “extravío”.


¿Con qué recursos seremos capaces de adentrarnos en los sagrados umbrales de la Tradición Primordial, a través de una “determinada” forma tradicional, siendo capaces de eliminar cualquier tipo de elementos extraños a la experiencia iniciática? Podemos enumerar algunos:

-     Acudiendo a las fuentes de los textos sagrados en “su lengua original”.
-     Adentrándonos en la vida y circunstancias de los Grandes Iniciados.
-     Dejando de lado los “brillantes” manuales de eruditos y especialistas en la “materia” así como los libros “aquellos divulgadores” que saben que andamos faltos de tiempo, que el empleo de cuatro palabras clave (aunque no se entiendan) sirven para impresionar en cualquier tertulia y que la sobre simplificación atrae a un mayor número de prosélitos.
-     Finalmente, acudiendo a aquellos (escasos) autores que investigan “desde dentro” y explican lo mejor posible cuanto de hermoso y profundo se encuentra (oculta) en la Tradición Primordial, sin estrategias ni manipulaciones.

Todos cuantos se sientan defraudados por las siguientes recomendaciones y –en su necesidad de “experiencias espirituales fuertes”- les resulte tedioso o aburrido el “simple” acercamiento a los textos sagrados de una determinada forma tradicional, o les parezca infructuoso (les importe un pimiento, vamos) familiarizarse con la vida de los Grandes Iniciados más representativos de la misma, tienen infinitas posibilidades de mantenerse “entretenidos” a la caza de secretos de “mayor calidad”. A modo de sugerencia, qué tal probar con adentrarse en las complejas simbologías de la escatología gnóstica del “tasawuf”, desgranar las rancias sutilezas de las reglas de honor de la caballería espiritual, o ¿por qué no? agotar las correspondencias entre la ciencia de las letras, la alquimia, la astrología y la cábala… ¡Entretenimiento y desarrollo espiritual intensivo de “fin de semana” garantizado!

No nos engañemos: una vía iniciática real (operativa), ha de resultar accesible y estar al alcance de aquellos buscadores sinceros a quienes los textos de Guenon o Schuon les producen intensos dolores de cabeza. Se aprende mucho más del verdadero aroma de la Tradición Primordial en la magia que rezuman los cuentos, entre la alquimia transformadora de los pucheros o simplemente dejándose llevar por el duende del baile para acompañar los ritmos naturales bajo un cielo estrellado, que lo que podremos llegar a obtener exprimiendo cualquiera de los “completos” tratados metafísicos o teológicos –por otro lado, tan alejados de la tradición oral-.

En la Tradición Primordial lo sensual supera a lo mental, la verdadera comprensión tiene lugar desde el propio cuerpo, siendo capaces de centrar nuestra atención sobre el “sonido del laud”.


No importa cuán lejos nos remontemos en el tiempo ni la forma tradicional que escojamos. La de los Grandes Iniciados fue siempre una experiencia sensual, a veces gozosa, a veces dolorosa, siempre brutal, chamánica, fruto de una fuerte iniciación. Sus palabras son sintéticas, quizá enigmáticas o paradójicas, pero siempre fulminantes. Como no podría ser de otro modo, cada Gran Iniciado es hijo del devenir de una época, conformado por el tiempo y las circunstancias que le tocó vivir. No podemos encontrar otro modo que “situarnos” en su universo vital si queremos hacernos cargo de la Revelación que cada uno de ellos (y ellas) experimentó (soportó) para “hacer” nosotros otro tanto.

No podemos escatimar medios ni esfuerzos para averiguar -hasta donde nos sea posible- en qué punto descendió la Revelación sobre cada Gran Iniciado que hayamos de tomar de modelo vital y –a partir de ahí- comenzar a realizarla en nosotros. Saber con quienes hablaron y mantuvieron contacto, sobre qué asuntos, qué religiones y costumbres formaron parte de su entorno cotidiano son aspectos que se convierten en una cuestión crucial para el iniciado de las postrimerías.

Adoptar a un/a Gran Iniciado/a como modelo de vida requerirá de nosotros un necesario vaciamiento, tan grande como “nuestro anhelo alcance”. Escuchar, escuchar y escuchar. Escuchar lo que uno quiere escuchar, porque lo comprende. Escuchar también lo que destruye nuestra confortable cárcel de certezas; escuchar a los hombres, a las mujeres, a los árboles y a las piedras…

Más malas noticias. Sólo se llega a la praxis de la Tradición Primordial a través del conocimiento “real” (no meramente académico) de una lengua sagrada: jeroglífica, griego, hebreo, sánscrito, árabe, min… adentrándose en la profundidad y donoso escrutinio de sus raíces. Llegar a interpretar sin tener que traducir. Y ello lleva tiempo.

Es necesario devolver a (reencontrar en) las palabras su sentido sagrado, notablemente desteñido en pos de garantizar la comodidad y el “sentido práctico” que exige la modernidad, devolver a la palabra su poder vivificador, su verdadero color. No estamos hablando de perdernos en minucias filológicas ni de sentar cátedra en cuestiones de erudición lingüística. Se trata –por encima de todo- de rescatar parte del sentido original (ab origen), la tan traída y llevada palabra perdida. También es necesario conocer las particularidades que llevaron a la redacción material de un determinado texto sagrado, para lograr que este “se nos abra”. Y todo ello, una vez mas, lleva tiempo.

Quizá, todas estas disquisiciones lleven a pensar al lector que la Tradición Primordial es un “tema de estudio”. Nada más lejos de la realidad. El aprendiz de iniciado –estatus en el que me encuentro- debe saber discernir con qué realidad última está queriendo trabajar. Si, seducidos por el perfume de la Tradición Primordial, nos acercamos a ella sin terminar de adentrarnos en su corazón, evitando el compromiso vital, permaneciendo permanentemente sentados a sus alrededores, a un paso de entrar pero siempre fuera, no resultará raro que –tras un tiempo- esta experiencia frustrante termine por trastornarnos o –peor aun- nos lleven al escepticismo o a una pérdida de fe.

Una cercanía a la Tradición Primordial que a lo largo de los años no ofrece nada (por exiguas que fueran tus expectativas iniciales) es una experiencia demasiado terrible para el corazón humano. La Tradición Primordial es un laberinto cuya única salida se encuentra dentro.

Mi consejo para quienes pretendan acercarse a la Tradición Primordial y –como es mi caso- hayan partido de la forma tradicional cristiana es que elijan como textos sagrados fundamentales la Biblia (o el Corán) y utilicen para su interpretación una metodología hermenéutica rigurosa que explique el texto desde el texto; que aprendan hebreo (o árabe) y se familiaricen tanto con la belleza de las grafías como con las raíces trilíteras; que busquen un grupo o comunidad iniciática (necesariamente discreta, desjerarquizada y con pocos miembros) en donde se verdaderamente se viva la Tradición Primordial, más allá de una forma tradicional concreta, y donde no sólo se puedan aprender y practicar una serie de comportamientos elementales, sino además se pueda lograr (realizar) la experiencia de inmersión en lo sagrado, a través de la acción ritual.

Hablar de una Tradición Primordial que no se practica es acumular un nuevo fósil a nuestra colección de pensamientos. Si la Revelación no está viva en nosotros (no se encarna), su pretendida exégesis no pasará de ser la disección de un cadáver. Resulta vano hablar de la Tradición Primordial, al igual que les ocurrió a los Grandes Iniciados que nos precedieron, si no se experimenta, si no impregna la totalidad de nuestra vida.

Si somos capaces de acercarnos a ellos con honestidad y tenemos la humildad de dejarnos guiar por su testimonio y ejemplo, la cadena de la Tradición cumplirá eficazmente su función, la escala de Jacob quedará firmemente restaurada y operativa. Así renovados y transformados -muertos antes de morir- entraremos en su mundo, situados por primera vez frente la realidad del mundo, viajeros guiados por cuantos nos precedieron por los mundos de lo Real. Solis sacerdotibus: sólo para iniciados…