jueves, 7 de abril de 2011

Un salto hacia lo alto

Reúne todas tus fuerzas y
haz que -por un instante- resplandezca en todo tu cuerpo
este sentimiento: ¡Ahora, estoy despierto!
(Gustav Meyrink, El rostro verde)


Siempre resulta duro tomar -y no digamos llevarla a cabo- la decisión de volver a empezar. En ocasiones, damos muestras de lealtad, permaneciendo en el mismo lugar. Sin embargo, también hay ocasiones las que permanecer significa entonces retroceder, perderse, extraviarse, estancarse en una suerte de mecánico tedio espiritual, donde la presencia del Eterno brilla por su "ausencia". Igual que le ocurre a aquellos que, tratando de sortear el turbulento curso de la vida en la frágil canoa de la existencia, y sufriendo una fuerte corriente en contra, se acomodan y no hacen ni el más mínimo esfuerzo para avanzar en pos de la meta buscada: indefectiblemente serán arrastrados hacia allí donde no quieren.
A todos aquellos que descuidan el rumbo y bajan la guardia, les cabe la suerte de ser corrompidos, manipulados, cercenados, desecados de su entusiasmo e incluso llevados en contra de lo que fue su anhelo espiritual original. Y recalarán en puertos como los que aparecen en nuestras peores pesadillas, horizontes aciagos, ajenos, adversos, tan insoportables como sólo puede serlo el brutal alejamiento de Dios: destino obligado de cuantos pretenden permanecer inalterables en una situación en la cual es necesario remar, y hacerlo con vigor, para no extraviarse.
Lej lejá (Génesis 12:1 - 17:27): ¡Vete! Así de explícito fue el Eterno con el patriarca Abraham. Y así de explícito se muestra en ocasiones con nosotros, conminándonos a dar un vigoroso paso en el vacío hacia lo desconocido, desoyendo incluso las amenazas desalentadoras de cuantos fingen protegernos, un salto de crecimiento interior que nos impulse hacia lo Alto.
No parece un requerimiento sencillo. Casi medio siglo de peregrinación personal, de adquisiciones literarias, de encuentros y desencuentros le llevan a uno a acomodarse, a dormirse entre mandiles y laureles. Tener que abandonar el sosiego protector de una celda a cuyas estrecheces ya nos habíamos acostumbrado, no resulta nada fácil. Tener que despojarse –aunque sea por mandato celestial- de los réditos de todo ese confortable caudal, para llegar a adentrarse en el misterio de la intimidad con lo divino, verdaderamente asusta. También asusta tener que emprender de nuevo la aventura, cuando uno ya creía haber renunciado –a sus años- a seguir el rastro del Héroe. Por más que lo intentemos y se nos vaya la vida en ello, no podemos renunciar al que habrá de ser nuestro destino.
Sin embargo, resulta necesario atreverse a renunciar al cálido sopor del útero comunitario para retomar con valentía la senda espiritual abandonada en pos del simulacro, la de aquellos iniciados que –llegado el trance- no temieron mirar a los ojos de lo desconocido, sabedores de que todo les había sido concedido en el Principio. Abraham, Padre de los Creyentes, seguirá siendo referente privilegiado y modelo de vida para todo el que se sienta aprendiz de iniciado en las postrimerías. Hagamos nuestros su coraje y convicción. Guiado por una certeza a prueba de pruebas, el patriarca de Ur se atrevió a adentrarse en territorios desconocidos, a llegar allí donde nadie había llegado antes. Quebró sus lazos con las enseñanzas y doctrinas de las escuelas y religiones predominantes, se alzó en contra de la idolatría y de todas aquellas estafas que –vía marketing espiritual- se presentaban como atractivas verdades incuestionables. Tuvo el arrojo de dejarlo todo y partir a la conquista de una nueva identidad personal y grupal: morir, para renacer; morir, para renacer...
Hagamos nuestro su valioso ejemplo, tratando de seguirlo en la medida de nuestras posibilidades, acompañados de las enseñanzas de cuantos maestros justos le continuaron. El camino frente a nosotros se presentará mucho más terso. Nos resultará más fácil entonces plantarnos firmes contra la mentira, la corrupción y el despotismo de los que "soplan sobre los nudos" y, tomados de la mano de Dios, bajo su Luz Cierta, retomar la senda de los pocos sabios que en el mundo han sido.
Uno es el Maestro. Que Él perdone a todos aquellos que "no saben" lo que hacen y otorgue su justa recompensa a los que obran mal "a sabiendas". No hay otro mundo o poder que el de Él. Ciertamente, no me engañaron al enseñarme que Él prepara a los que ama y los acoge con palabras, actos, inteligencia, luz y verdadera dirección. Verdaderamente Él todo lo puede y responde a cada plegaria con la respuesta justa. No hay otro mundo o poder que el de Él. Que Su voluntad sea. Amén.
Quiero mostrar mi gratitud, una vez más, a cuantos fueron hábilmente utilizados por el Eterno para retribuirme, con cantos y llantos. Mi corazón continúa cantando y llorando al Viviente, al lado de otras tantas piedras que, albergando el anhelo en su corazón de ser útiles y dar digno cobijo a la divinidad, también fueron "rechazadas" en su día por los constructores. ¿Será posible, desde las ruinas, reconstruir siquiera un pequeño templo a Su gloria, con tan escasos y deficientes materiales? ¿Quién sabe? Ahora nos toca es responder a la llamada de saltar hacia lo alto. Solve y coagula, ciertamente es hora de volver –de nuevo- a empezar.


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