miércoles, 30 de marzo de 2011

Hic sunt draeconis

“Cuando la verdad resulta ser mentira
 y la esperanza muere en tu interior,
entonces ¿qué?”
(Un tipo serio. Koan del tercer rabino)

“¡Qué fácilmente creemos
en aquello que queremos!”
(Francisco Casavella. Lo que sé de vampiros)



 
Las religiones institucionalizadas, en/contra cuyos dogmas -y desde nuestra más tierna infancia- una gran parte de nosotros fuimos convenientemente adoctrinados/programados, fueron diseñadas para mantener al ser humano separado de Dios. Creado así el problema, ellas aportan la oportuna solución, ofreciéndose como poseedoras de la patente y “autorizadas” mediadoras para construcción de puentes (pontífices) con los que salvar el vasto abismo –entre criatura y Creador- por ellas mismo creado. Poderosa magia la del espejismo que nos incapacita para descubrir que el propio “puente” es el “abismo”, y cuyo hechizo muchos trataron y aún tratan de contrarrestar en vano, arrojando al niño por la ventana, junto al agua del baño.

"Dichosa edad y siglos dichosos..." aquellos en los que el mundo aparecía lleno de dioses y en los que la Naturaleza era considerada el escenario privilegiado de las relaciones del hombre con Dios, mucho antes de que la religión institucional -invento diabólico donde los haya- surgiera para destruir la armonía imaginaria del hombre con el universo y lo divino, programándonos como dóciles robots.

A efectos prácticos, de nada sirve -como ya intentaron en su lustroso e iluminado siglo los más sigilosos ilustrados- rechazar y combatir con las armas de la razón al imparable tropel de artífices del abismo, y no digamos - como intentó "divertido" el difunto Nietzsche (QEPD)- usar la "super-razón" del "Super-Hombre"  en un amago esteril por trascender los mezquinos "valores abisales"  judeo-cristianos e incluso, tras perpetrar un filosófico parricidio a la altura del mismo Platón, cargarse de un modo sobre conceptual al Padre y dar orgullosa cuenta de su defunción.

Por el contrario, en nuestra humilde opinión -que no se atreve siquiera a pretenderse juicio-, resulta más útil tomar conciencia de la existencia real del "virus de la separación" que infecta sutil la estructura esencial de nuestra programación mental -su sistema operativo-, con el fin de encontrar "la escondida senda" frailuisiana, aquel supuesto camino secreto que consiga fusionar los polos de aquella unidad primordial fatalmente destruida ad paradisus.



¿Cómo volver a reunir los fragmentos, intencionalmente rotos, confundidos y dispersados con brutal alevosía por el cataclismo sectario de las religiones institucionalizadas durante tantos y tantos siglos, y, sobre la base del desarrollo-expasión de la conciencia ordinaria "adecuada", política y socialmente correcta, favorecer un contexto transformador en donde "conceptos" como mitología o Revelación emerjan victoriosos y se reencuentren (reencarnen) en la intimidad de los recovecos de corazón del verdadero ser humano.

¿Cómo se "lava" de nuevo un lavado de cerebro tan hábilmente urdido, sin ser tildados al mismo tiempo -y con razón- de ser manipuladores? ¿Como se convierte a este robot "programado para la soberbia de sentirse libre" en un meta-programador de sí mismo, verdaderamente auto-liberado.

Ejemplos como los de Prometeo, Sócrates, o el mismo Jesús de Nazaret, resultan al respecto notablemente edificantes.
La verdadera iniciación, al igual que sucede con otras formas de teofanía o manifestación divina, se realiza en correspondencia con la aptitud de aquel a quien se realiza. Durante la cognitio Dei experimentalis (unio mystica) es el iniciado mismo quien, quebrados los niveles ontológicos de su existencia y libre ya de la prisión espacio-temporal (puer eternus), trasciende la esfera alegórica, viendo al fin reunidas la shekinah y su propia forma (Deus absconditus) en el ”espejo de Dios”, única “reunión” que resuelve y vivifica el símbolo.
La repetición constante de la abolición del tiempo histórico en el corazón del iniciado, durante la acción ritual, le “salva” del devenir. Este transformador “retorno al origen” que brinda la participación comunitaria en el rito, protege al iniciado real de la erosión del nihilismo historicista, le revela el carácter unitario del conocimiento y le abre a experimentar en primera persona (“y el verbo se hizo carne…”) la unidad mítica del mundo y la armonía de los seres humanos con la Naturaleza.
Así transformados y transfigurados, la aparente separación desaparece, el símbolo se vuelve transparente y -al fin y para siempre- mientras se paladea el secreto inefable, se recobra el guenoniano “sentido de eternidad”, el Verbum dimisum,  la palabra perdida de la que tanto habla la pretendida masonería operativa, y adquieren vida en nosotros alguno de grandilocuentes conceptos y metáforas, que no formaban parte sino expresiones hasta entonces absurdas o carentes de sentido: Raíz de raíces, Conciencia de la Unidad, Realidad, Lo Infinito…


¿Cómo atreverse a formular la experiencia de aventurarse en una Nada -más real que la propia realidad- y  que, por su misma naturaleza, se halla ligada a una esfera en la que lenguaje y expresión quedan excluidos?

Por un camino de negación de la imagen, llegamos a la imagen misma de la Nada absoluta, a comprender la vía negationis en su auténtica dimensión no negativa. Meister Eckhart nos enseñó que a la Nada se llega por el anonadamiento. Este lenguaje que encuentra en la Nada su forma de expresión habitual, desvela a esa Nada como verdadero símbolo de “Lo inefable”.

El arte navegar con Hermes, allí donde hermenéutica equivale a transformación, esa transformación que nos permite superar de una vez por todas la escisión robótica, rasgar toda esa maraña de ataduras que nos ligan a la cruceta de innumerables condicionamientos genéticos, biológicos, mentales y sociales,  y adquirir la recién estrenada perspectiva – como le prometió el Hada Azul a Pinocho- de ser llegar a ser “al fin” Humanos.

“Comprender el símbolo”, atravesar el denso bosque de las imágenes y representaciones sensibles que ocultan el auténtico sentido (tesoro) del que las hierofanías o teofanías, tan codiciadas por el buscador sincero buscador de lo Eterno, resultan ser sólo son señales. ¿Quién iba a decirnos que la hermenéutica era la llave del un Paraíso que, por cerrado, nos hicieron suponer definitivamente perdido?



“Modus intelligendi, modus essendi” o, como diría Heidegger, nuestro modo de comprender (Verstegen) restringe nuestro modo de ser-en-el-mundo. Esta supuesta “verdad” posee rango de evidencia hasta para aquellos fundamentalistas del auto-engaño, que tanto desprecian la “eficacia de las técnicas” con la genuina prepotencia de la “sospecha metódica” que caracterizaba a la Escuela de Frankfurt, tan afín a los actuales adeptos al escepticismo más recalcitrante .

Tal actitud no es de extrañar. A día de hoy –y con la que está cayendo- no resulta ya demasiado fácil toparse con (y “reconocer”) algún representante actual del legendario sacerdocio egipcio de Toth, comisionado para conservar y transmitir –sin intermediación- la Tradición Hermética y su principio de inspiración “Sobrehumano”, habida cuenta de que sólo la pertenencia a dicho sacerdocio era el que otorgaba autoridad –entre tanto embaucador profesional- para formular y transmitir –en su Nombre- el verdadero conocimiento iniciático, valga la triple redundancia.

Insistamos una vez más. Sólo desde una verdadera comprensión iniciática tiene sentido el esfuerzo (y los variopintos costes asociados) por abolir –de forma periódica, comunitaria y constante- el tiempo cotidiano, por hacernos presentes (Da-sein) y actualizar en nosotros el “poder del Ahora”, aquel que abre, eclosiona el porvenir que el pasado tiene oculto en su origen.

El buscador sincero, aquel que aspira al bautismo por el Fuego y por el Espíritu, el que rastrea paciente y humildemente la piedra blanca de que nos hablan las Escrituras (Apocalipsis 2,17) presiente o quizás experimenta –dónde sólo hay Silencio- el poder sagrado de la palabra. A los demás únicamente nos resta “pasar el ratico” deslumbrados por el acontecer constante de los brillos profanos 3D, fascinados por la magia de los sortilegios de última generación, cada vez más novedosos y sofisticados.



La seducción adictiva a los contenidos de Ego y sus alucinaciones resulta incompatible con el anhelo de ejercer de mártir (testigo) de la Tradición. El Sheik Abdel Wahed Yahia nos advirtió como nadie de los peligros del peregrinaje y la búsqueda, señalando que la única vía correcta es la que nos posibilita el acceso a la Palabra viviente, la que nos abre las puertas del Reino de Justicia, traspasar los umbrales del mundo Real (Olam Habah).

Sólo mediante una hermenéutica permanente es posible comprender la experiencia iniciática (que tantos ríos de tinta llevo a verter a nuestro querido metafísico franco-egipcio, tan cuestionado sesenta años tras su paso al Oriente Eterno incluso entre los círculos masónicos de cariz más tradicional), no como una salida alienante de la circunstancia, sino como una forma privilegiada de “ser-en-el-mundo” que aboca a una auténtica transformación a la que todos son llamados, y pocos –atendiendo prestos, como Samuel, a la llamada y dispuestos a asumir los elevados costes (entre ellos saborear la hiel de la traición y el desengaño)- los que, como diría monsieur Guenon, consienten ser elegidos. Hic sunt draeconis, hic sunt draeconis.




miércoles, 23 de marzo de 2011

Una búsqueda en Soledad

“Mirad cuán bueno y cuán delicioso
es habitar los hermanos juntos en armonía”
(Salmo 133)

“Ave María,
Llena eres de Gracia”
el Señor es contigo.”
(Lucas 1, 28)

Ha llegado el momento de separarnos.
Voy a informarte de aquello sobre lo que no has podido tener paciencia
(Qorân, Sura XVIII)

Los mejores años de mi periplo espiritual transcurrieron en el seno de una comunidad buscadores –en su mayor parte- sinceros. En ella conocí –por arriba y por debajo- una gran parte de los maestros y maestras que acompañaron mis pasos –especialmente, mi padrino espiritual-, en cuyas miradas, palabras y actos, en numerosas ocasiones, pude distinguir nítidamente reflejado del pequeño rostro de la divinidad.

Con ellos conseguí rescatar la intensidad devocional de mis años infantiles, extraviada en algún rincón de mi filosófica adolescencia, entre tanta lectura desordenada. De ellos aprendí tanto: la importancia de la remembranza del Nombre, el arte donde invocar, rememorar y recordar significan vivificar, la magia teúrgica para traer a nuestra memoria al Eterno, el tenerLo presente en cada uno de nuestros pensamientos, así como despertar en el corazón Su Presencia.

Entre ellos conocí y cultivé secretos amores cuya intensidad –más  allá de la vida y la existencia- aún me atormenta. Más allá de la frivolidad de las tertulias improvisadas, tan comunes en nuestro tiempo de redes sociales y espacios virtuales, aquellos hermanos y hermanas fueron lo más cercano a una verdadera comunidad iniciática que me fue dado conocer.

Ahora que me encuentro tan lejos de su acogedor seno, puedo ver las cosas con la perspectiva privilegiada que dan el tiempo y la distancia, aunque mal abrigado por los jirones de un consuelo que no da para cobijar a tantos y tantos quienes -como única alternativa- quedaron segregados en la cuneta de la desesperanza.

¿Acaso este siglo XXI es menos “cambalache” que su antecesor? ¿Hemos conseguido zafarnos del revolcón y el manoseo entre tanto lodo y merengue contra-iniciático y antitradicional? La diabólica tiranía de los “mercados” mantiene a los pocos privilegiados encadenados a la inercia del consumo como forma de vida, y a los muchos infortunados a la –cada vez más- precaria lucha por la supervivencia. Vivimos tiempos de mucha confusión en los que todo se entremezcla y pocas cosas permanecen puras e inalteradas al margen de los equívocos interesados. En lo exotérico, la “paz interior” se puede adquirir a corto plazo en cualquiera de los cursillos intensivos, programas, seminarios, ejercicios de respiración y meditación, terapias alternativas, etc., en los que promete alcanzar todo un potencial de “espiritualidad” bajo las formas más variopintas, allí donde el conocimiento que alberga la arquitectura sagrada del templo ha sido reemplazado por la excitación del viaje exótico y trampantojo oriental del spa. Por lo que atañe a lo esotérico, un ingente catálogo de obediencias y rituales a la carta, mercadean sus “secretos” -a golpe de talón- a profanos con mandil ávidos de promiscuidad sexual, tráfico de influencias económicas, políticas y/o laborales en talleres donde no brilla más luz que la eléctrica. Sin olvidar –para ambos dominios- a toda una cohorte de escépticos y ateos afectos –desde el acuciante dardo del vacío existencial- a una suerte de curiosidad malsana, con la intención de inspeccionar y localizar motivos para el sarcasmo que ridiculicen los gestos o actitudes de los “perversos” e “ingenuos” allí presentes. Sólo la ignorancia, en el caso de que no haya una animadversión gratuita, puede fundamentar tanto desatino.

La gente anclada a los brillos engañosos de este mundo, compiten unos con otros para estar unos por encima de otros y esto los rebaja. Los verdaderos iniciados, aquellos que están en el mundo pero sin pertenecer a él, compiten unos con otros para estar por debajo, y esto les eleva. Son “gentes de la búsqueda interior” y la vía iniciática que profesan es sobre todo una experiencia más que una simple descripción verbal, una realidad y no un mero concepto abstracto sobre ella. Para entender su comportamiento hay que situarse en el universo por el que éste se rige. Querer comprender la Vía por la que el iniciado transita desde parámetros estrictamente racionalistas es en verdad un reto difícil, por no decir imposible. El secreto espiritual del que dicen gozar se transmite –por vía esencial- de “corazón a corazón”, mediante un lenguaje que requiere un estado de perfección espiritual que obviamente pocos alcanzan después de un largo y “accidentado” camino y bajo las atentas correcciones que le van imponiendo sus progresivos maestros, hasta llegar a “comprender” que nada es, sino Dios.

La cita del salmo que precede a esta reflexión nos habla de lo placentera y deliciosa que resulta aquella vida que transcurre entre los bienaventurados, hermanos, maestros y compañeros cuya inestimable presencia nos resulta tan poderosamente transformadora, y cuyas palabras nos sirven de guía certera durante el regreso.

Hace casi dos años que abandoné –enarbolando la consigna de “un salto hacia lo alto”- la que fue mi comunidad de referencia. Aún guardo lazos de amistad con alguno de los que -desde dentro y desde fuera, y sin menoscabo de lo que aquello pudiera haber tenido de parodia o simulacro iniciático- me reconocieron entre sus hermanos. Pero, dadas las actuales circunstancias en las que –tras mi renacimiento quirúrgico- me veo inmerso y a instancias filiativas del Melquisedeq veterotestamentario, la María neotestamentaria y el Jadir coránico, me veo llamado a continuar este accidentado camino a solas, lo que en modo alguno significa o quiere decir “solo”.

De niño me sentía aislado, y aún hoy lo soy, porque sé cosas y debo señalar que de ellas aparentemente nadie sabe nada ni quieren en su mayoría saberlas. La soledad no nace porque uno no tenga a nadie a su alrededor sino más bien porque las cosas que a uno le parecen importantes, no puede comunicarlas a los demás, o considera válidas ideas que los demás tienen por improbables. El aislamiento comenzó con la vivencia de mis primeros sueños y alcanzó su punto culminante, en la sombría época que precedió a mi operación. Ahora, ya casi restablecido, me entrego a las exigencias incondicionales y desmesuradas del daimon, a sabiendas de que los que dicen apreciarme juzgan dicha actitud de absurda escapada.

¿Qué nuevos mágicos encuentros me aguardan? ¿Cómo sobrevivir cuerdo entre tanto escepticismo, sarcasmo, laberinto psíquico, trampa y autoengaño? ¿Qué nuevos textos será necesario destilar (y re-destilar), para poder rescatar -siquiera un pequeño fragmento de otra pieza inconexa del inmenso puzzle de- una Tradición Primordial tan perdida como olvidada (cuando no intencionalmente deformada o tergiversada)? Somos conscientes de que no se accede al Mundo Imaginal por una fisura y de la escasa utilidad de circular mentalmente ayudados por una lógica formal o una dialéctica que tan solo sirve para llevarnos –ad infinitum- de un concepto a otro. Tan sólo nos cabe postergar la exégesis a la música, aguzando el oído, y refugiarnos en cualquiera de las distintas formas de “progressio harmonica”. Nadie como las musas –custodias y protectoras de la simiente iniciática- para instruirnos en los secretos de la oración teofánica, la ciencia verdaderamente eficaz de la formación y eclosión del cuerpo de resurrección, aquella que actualiza en nosotros el potencial de nuestra la verdadera naturaleza, el pacto primordial: "In Te Omnis Dominata recumbit".

Me gustaría dedicar esta reflexión (y el poema del sheik al-Alawi que la cierra) a mis maestros, en especial a mi “padrino espiritual” que me enseñó –entre paseos y cafés “cortos de café”- a reconocer mi verdadera naturaleza esencial: la del perpetuo aprendiz, a la espera de “instrucciones”:

¡Enhorabuena, amigos,
por la cercanía y proximidad!
La asamblea está en paz
mientras permanezcáis al lado de Dios.

¡Enhorabuena, señores míos!
¡Enhorabuena, hermanos amados!
Os anuncio lo que ha de venir:
gozar en la Misericordia divina.

Vuestras reuniones son la Misericordia misma,
en vuestra asamblea rezuma la Sabiduría,
quien os ame se alzará…
Dios está satisfecho con vosotros.

domingo, 20 de marzo de 2011

Jano o la mirada interior

“...una lámpara que arde con un aceite
 que no es ni de Oriente ni de Occidente,
inflamándose sin necesidad siquiera de que el fuego la toque...
 Y es luz sobre luz” (Qorân 24, 35)


“Y El Eterno dijo a Abram:
Vete de tu tierra
Y de tu familia
Y de la casa de tu padre,
A la tierra que yo te mostraré.
Haré de ti una nación grande y te bendeciré.
Y engrandeceré tu nombre, para que sirva de bendición.
(Génesis 12, 1)


Los ojos con los que se mira el propio camino iniciático a descubrir y emprender (o iniciar) hacen de nosotros -en el mejor de los casos- peregrinos o -en el peor de los casos- vagabundos. Se requiere, por tanto, disponer del don de una mirada especial. Una mirada interior, que transcienda las posibilidades limitadas de la mirada carnal; una cierta mirada de fuego que, de iniciado en iniciado -y aún hoy-, recorre el inagotable curso de los siglos, permitiéndonos saborear la dulzura y atravesar los atrios del utópico mundo imaginal. Los griegos bautizaron esa mirada con un nombre que –pese a las numerosas y no siempre bienintencionadas tergiversaciones de quienes se aproximan a ella desde la inexperiencia- aún resuena con la fuerza renovada de todo aquello que es eterno: Gnosis.
¿Cómo se llega a un lugar que no está en ningún lugar? Cuando Abram recibió del Eterno la curiosa invitación a salir de su tierra (Lej lejá), en dirección a un tierra tan incierta como promisoria, tenía ya cumplidos –si hemos de atenernos al relato bíblico- los 75 años: ¿tal vez demasiado mayor para embarcarse en aventuras y mudanzas?

El dilema del patriarca nos habla quizá de la necesidad real de ir soltando apegos personales, de abandonar patrones preestablecidos e ideas preconcebidas, si queremos afrontar -en serio- la experiencia de Dios en nosotros y de nosotros en Dios. A Abram no le dice dónde ha de dirigirse. Tan sólo que abandone la confortable seguridad y agradable el sentimiento de pertenencia. Que abandone los cómodos conceptos infantiles sobre lo que creía saber de Dios y sobre quién creía ser. Abandonar también nuestro miedo a la muerte del yo (aniquilación) parece ser un requisito indispensable para la alcanzar la plena experiencia de Dios: ¡Ten confianza! ¡Vete de tu tierra! ¡Abandona tu yo!... Medita.

¿Cómo saber que el miedo al propio aniquilamiento no nos hace caer en un mecanismo regresivo de narcisismo espiritual, que se traduce en aquella  “inflación del yo” donde nos creemos Dios sin haber descubierto (experimentado) que lo somos realmente? ¿Qué tres aspectos certifican –cuando se dan en su conjunto- la autenticidad de la experiencia?

En primer lugar, una señal inequívoca de que no se confunde la compensación psíquica con el anhelo verdaderamente espiritual, es el aporte de un sentido de libertad total en lo cotidiano: Cuando Dios despierta en nosotros, “Todas las cosas saben a Dios” (Ekchart). Esta liberación no es del todo completa si no va acompañada necesariamente de la expresión constante de una gran humildad y del inconfundible sentimiento de sentir inundado el corazón por un amor que todo lo abarca.
¿Qué implicaciones tiene el aceptar esta invitación desde la Divinidad a volvernos hacia nuestro interior, abandonando la tierra confortable de las distracciones? Tal vez, en semejante abandono sea necesario dejar atrás algunas amistades artificiales, sin temor a caer en el (necesario) descrédito. Abandonar, de igual modo, todos aquellos condicionantes del rol social que desempeñamos, así como aquellos estereotipos y clichés que nos están siendo impuestos. Quizá sea necesario también abandonar aquel yo psicológico idealizado que, al igual que el transparente traje del emperador, hemos construido desde el autoengaño y sea hora de comenzar a trabajar con la sombra que desde siempre nos hemos negado a ver. Responder a la invitación directa de Dios, nos exige abandonar nuestros cómodos –pero limitados- conceptos y esquemas teológicos, vaciándonos de imágenes infantiles, de fórmulas y palabras huecas, abriéndonos –pese al inevitable temor- a la experiencia del espíritu en nosotros:  La Tradición se vuelve revelación en aquel que se abre y la recibe” – “Vocatus et non vocatus, Deus ederit.”

El “¡VETE!” de Dios nos exige -a cada uno de nosotros- un cambio de identidad real y radical, verdaderamente transformador (teshubá, metanoia). Conduce a un país nuevo (estado de conciencia) de “nunca jamás” al que solo es posible acceder desde la práctica cotidiana de la meditación, a un país que Dios ha de mostrar a los que tienen el valor romper con el mundo conocido de las apariencia y se atreven a marcharse (Lej lejá) dentro de sí, accediendo al gnoti pseauton griego, al gnoscete ipsum latino, al délfico desafío del “conócete a ti mismo”, tan difícil como seductor.
Aún hay algo más… La cita de Génesis 12,1 finaliza diciendo: “ENGRANDECERÉ TU NOMBRE (Abraham) PARA QUE SIRVA DE BENDICION”. Dejarlo todo de “esta forma” no significa en modo alguno tener que huir ni retirarse del mundo, sino todo lo contrario. Verdadero imperativo categórico, conlleva una responsabilidad nueva. Conduce de vuelta a la verdadera familia (fraternidad real de Hijos de Dios) y a una sociedad dormida –anestesiada- que necesita ser despertada.

En eso consiste la verdadera esencia de responder a la llamada de Dios. ¿Qué mejor modo de merecer el (corresponder al) don de la vida -que nos ha sido regalada-, que entregándola a los demás? ¿Cabe mayor compromiso iniciático?

Buda solía contar a sus discípulos la historia de un hombre que, al regresar a su casa, la encontró tomada por las llamas. Lleno de pánico, al saber que sus dos hijos estaban dentro y que, sumergidos en sus juegos, no se percataban del peligro, el padre los llamó, gritó, pero sin éxito, tan abstraídos como estaban. El padre entonces gritó: “¡Venid, venid, os he traído juguetes!”. Esta vez los niños escucharon y se precipitaron a salvo sobre los brazos de su padre.

¿Cómo escapar del brasero del mundo, distraídos como estamos por el juego cotidiano de la existencia? ¿Será necesario recurrir al subterfugio del “juego iniciático” para reclamar nuestra atención?
¿Cómo encontrar la salida de la caverna-prisión, si todo lo que consideramos real no es sino escenario? ¿Cómo llegar allí donde no hay dónde?

No podemos consentir que la vida se nos escape sin descubrir y transitar la geografía imaginal de este continente perdido, el “Nuevo Mundo” intermedio. La Imaginación Activa, sutil carro (okhma) parmenidiano, nos proporciona el acceso a un mundo cuyo nivel ontológico está por encima del mundo de los sentidos y por debajo del mundo puramente inteligible; más inmaterial que el primero y menos inmaterial que el último. Tan sólo nuestro paso real e intransferible por este territorio imaginal, únicamente nuestra vigilia perseverante durante el tránsito –allí donde el anhelo alcanza- será la que nos permita comprobar de primera mano la validez de los informes y relatos visionarios que perciben y relacionan los acontecimientos del (así en el) Cielo con los de la tierra, la validez del mensaje de los sueños, la eficacia operativa de los rituales simbólicos, la estructura activa de los lugares formados durante la intensa meditación, la realidad de visiones inspiradas imaginativamente, de cosmogonías y teogonías, y de este modo, la verdad del sentido espiritual volcado en todas aquellas revelaciones proféticas que pueblan los textos sagrados de las distintas formas tradicionales.

¿Qué dirección toma la doble mirada de Jano, divinidad de los límites, separando cada fin de cada comienzo, umbral entre el negro y el blanco del ajedrezado? ¿Es cierto que el extremo móvil del compás, que inicia su trazo apoyado sobre el eje invisible del centro de su circular recorrido, regresa –cual hijo pródigo- al mismo punto de partida? Demasiadas palabras vanas y pretenciosas; cuestiones cual heridas abiertas, vertidas en el ambicioso afán de resolver asuntos que no requieren sino de perseverante interiorización y verbal mesura.

En la búsqueda de la Verdad siempre ha sido necesario observar cierta dosis de prudencia, yendo más allá del señuelo malicioso de las distracciones. Jano posee las llaves. Gracias a su hierático testimonio de quietud y silencio, seremos capaces –Dios mediante- de encontrar a Aquel que refleja las virtudes en los espejos de los hombres, sin dejarnos engañar por aquellos que –al igual que nosotros- simulan ser virtuosos.

Ahora que tan fácilmente se confunde la certeza del peregrino imaginal con la errática locura del vagabundo fantasioso, no desoigas la permanente llamada del Eterno. No esperes a que te lo cuenten ni te demores en la partida. No te distraigas. Por increíble que te parezca, -y no eres al primero que le pasa- estás siendo interpelado por una invitación divina: “Lej lejá”, sal de tu tierra, vete para ti. Medita.