“Cuando la verdad resulta ser mentira
y la esperanza muere en tu interior,
entonces ¿qué?”
(Un tipo serio. Koan del tercer rabino)
“¡Qué fácilmente creemos
en aquello que queremos!”
(Francisco Casavella. Lo que sé de vampiros)
Las religiones institucionalizadas, en/contra cuyos dogmas -y desde nuestra más tierna infancia- una gran parte de nosotros fuimos convenientemente adoctrinados/programados, fueron diseñadas para mantener al ser humano separado de Dios. Creado así el problema, ellas aportan la oportuna solución, ofreciéndose como poseedoras de la patente y “autorizadas” mediadoras para construcción de puentes (pontífices) con los que salvar el vasto abismo –entre criatura y Creador- por ellas mismo creado. Poderosa magia la del espejismo que nos incapacita para descubrir que el propio “puente” es el “abismo”, y cuyo hechizo muchos trataron y aún tratan de contrarrestar en vano, arrojando al niño por la ventana, junto al agua del baño.
"Dichosa edad y siglos dichosos..." aquellos en los que el mundo aparecía lleno de dioses y en los que la Naturaleza era considerada el escenario privilegiado de las relaciones del hombre con Dios, mucho antes de que la religión institucional -invento diabólico donde los haya- surgiera para destruir la armonía imaginaria del hombre con el universo y lo divino, programándonos como dóciles robots.
A efectos prácticos, de nada sirve -como ya intentaron en su lustroso e iluminado siglo los más sigilosos ilustrados- rechazar y combatir con las armas de la razón al imparable tropel de artífices del abismo, y no digamos - como intentó "divertido" el difunto Nietzsche (QEPD)- usar la "super-razón" del "Super-Hombre" en un amago esteril por trascender los mezquinos "valores abisales" judeo-cristianos e incluso, tras perpetrar un filosófico parricidio a la altura del mismo Platón, cargarse de un modo sobre conceptual al Padre y dar orgullosa cuenta de su defunción.
Por el contrario, en nuestra humilde opinión -que no se atreve siquiera a pretenderse juicio-, resulta más útil tomar conciencia de la existencia real del "virus de la separación" que infecta sutil la estructura esencial de nuestra programación mental -su sistema operativo-, con el fin de encontrar "la escondida senda" frailuisiana, aquel supuesto camino secreto que consiga fusionar los polos de aquella unidad primordial fatalmente destruida ad paradisus.
¿Cómo volver a reunir los fragmentos, intencionalmente rotos, confundidos y dispersados con brutal alevosía por el cataclismo sectario de las religiones institucionalizadas durante tantos y tantos siglos, y, sobre la base del desarrollo-expasión de la conciencia ordinaria "adecuada", política y socialmente correcta, favorecer un contexto transformador en donde "conceptos" como mitología o Revelación emerjan victoriosos y se reencuentren (reencarnen) en la intimidad de los recovecos de corazón del verdadero ser humano.
¿Cómo se "lava" de nuevo un lavado de cerebro tan hábilmente urdido, sin ser tildados al mismo tiempo -y con razón- de ser manipuladores? ¿Como se convierte a este robot "programado para la soberbia de sentirse libre" en un meta-programador de sí mismo, verdaderamente auto-liberado.
Ejemplos como los de Prometeo, Sócrates, o el mismo Jesús de Nazaret, resultan al respecto notablemente edificantes.
La verdadera iniciación, al igual que sucede con otras formas de teofanía o manifestación divina, se realiza en correspondencia con la aptitud de aquel a quien se realiza. Durante la cognitio Dei experimentalis (unio mystica) es el iniciado mismo quien, quebrados los niveles ontológicos de su existencia y libre ya de la prisión espacio-temporal (puer eternus), trasciende la esfera alegórica, viendo al fin reunidas la shekinah y su propia forma (Deus absconditus) en el ”espejo de Dios”, única “reunión” que resuelve y vivifica el símbolo.
La repetición constante de la abolición del tiempo histórico en el corazón del iniciado, durante la acción ritual, le “salva” del devenir. Este transformador “retorno al origen” que brinda la participación comunitaria en el rito, protege al iniciado real de la erosión del nihilismo historicista, le revela el carácter unitario del conocimiento y le abre a experimentar en primera persona (“y el verbo se hizo carne…”) la unidad mítica del mundo y la armonía de los seres humanos con la Naturaleza.
Así transformados y transfigurados, la aparente separación desaparece, el símbolo se vuelve transparente y -al fin y para siempre- mientras se paladea el secreto inefable, se recobra el guenoniano “sentido de eternidad”, el Verbum dimisum, la palabra perdida de la que tanto habla la pretendida masonería operativa, y adquieren vida en nosotros alguno de grandilocuentes conceptos y metáforas, que no formaban parte sino expresiones hasta entonces absurdas o carentes de sentido: Raíz de raíces, Conciencia de la Unidad , Realidad, Lo Infinito…
¿Cómo atreverse a formular la experiencia de aventurarse en una Nada -más real que la propia realidad- y que, por su misma naturaleza, se halla ligada a una esfera en la que lenguaje y expresión quedan excluidos?
Por un camino de negación de la imagen, llegamos a la imagen misma de la Nada absoluta, a comprender la vía negationis en su auténtica dimensión no negativa. Meister Eckhart nos enseñó que a la Nada se llega por el anonadamiento. Este lenguaje que encuentra en la Nada su forma de expresión habitual, desvela a esa Nada como verdadero símbolo de “Lo inefable”.
El arte navegar con Hermes, allí donde hermenéutica equivale a transformación, esa transformación que nos permite superar de una vez por todas la escisión robótica, rasgar toda esa maraña de ataduras que nos ligan a la cruceta de innumerables condicionamientos genéticos, biológicos, mentales y sociales, y adquirir la recién estrenada perspectiva – como le prometió el Hada Azul a Pinocho- de ser llegar a ser “al fin” Humanos.
“Comprender el símbolo”, atravesar el denso bosque de las imágenes y representaciones sensibles que ocultan el auténtico sentido (tesoro) del que las hierofanías o teofanías, tan codiciadas por el buscador sincero buscador de lo Eterno, resultan ser sólo son señales. ¿Quién iba a decirnos que la hermenéutica era la llave del un Paraíso que, por cerrado, nos hicieron suponer definitivamente perdido?
“Modus intelligendi, modus essendi” o, como diría Heidegger, nuestro modo de comprender (Verstegen) restringe nuestro modo de ser-en-el-mundo. Esta supuesta “verdad” posee rango de evidencia hasta para aquellos fundamentalistas del auto-engaño, que tanto desprecian la “eficacia de las técnicas” con la genuina prepotencia de la “sospecha metódica” que caracterizaba a la Escuela de Frankfurt, tan afín a los actuales adeptos al escepticismo más recalcitrante .
Tal actitud no es de extrañar. A día de hoy –y con la que está cayendo- no resulta ya demasiado fácil toparse con (y “reconocer”) algún representante actual del legendario sacerdocio egipcio de Toth, comisionado para conservar y transmitir –sin intermediación- la Tradición Hermética y su principio de inspiración “Sobrehumano”, habida cuenta de que sólo la pertenencia a dicho sacerdocio era el que otorgaba autoridad –entre tanto embaucador profesional- para formular y transmitir –en su Nombre- el verdadero conocimiento iniciático, valga la triple redundancia.
Insistamos una vez más. Sólo desde una verdadera comprensión iniciática tiene sentido el esfuerzo (y los variopintos costes asociados) por abolir –de forma periódica, comunitaria y constante- el tiempo cotidiano, por hacernos presentes (Da-sein) y actualizar en nosotros el “poder del Ahora”, aquel que abre, eclosiona el porvenir que el pasado tiene oculto en su origen.
El buscador sincero, aquel que aspira al bautismo por el Fuego y por el Espíritu, el que rastrea paciente y humildemente la piedra blanca de que nos hablan las Escrituras (Apocalipsis 2,17) presiente o quizás experimenta –dónde sólo hay Silencio- el poder sagrado de la palabra. A los demás únicamente nos resta “pasar el ratico” deslumbrados por el acontecer constante de los brillos profanos 3D, fascinados por la magia de los sortilegios de última generación, cada vez más novedosos y sofisticados.
La seducción adictiva a los contenidos de Ego y sus alucinaciones resulta incompatible con el anhelo de ejercer de mártir (testigo) de la Tradición. El Sheik Abdel Wahed Yahia nos advirtió como nadie de los peligros del peregrinaje y la búsqueda, señalando que la única vía correcta es la que nos posibilita el acceso a la Palabra viviente, la que nos abre las puertas del Reino de Justicia, traspasar los umbrales del mundo Real (Olam Habah).
Sólo mediante una hermenéutica permanente es posible comprender la experiencia iniciática (que tantos ríos de tinta llevo a verter a nuestro querido metafísico franco-egipcio, tan cuestionado sesenta años tras su paso al Oriente Eterno incluso entre los círculos masónicos de cariz más tradicional), no como una salida alienante de la circunstancia, sino como una forma privilegiada de “ser-en-el-mundo” que aboca a una auténtica transformación a la que todos son llamados, y pocos –atendiendo prestos, como Samuel, a la llamada y dispuestos a asumir los elevados costes (entre ellos saborear la hiel de la traición y el desengaño)- los que, como diría monsieur Guenon, consienten ser elegidos. Hic sunt draeconis, hic sunt draeconis.
Realmente bello, ya veréis cómo os gusta:
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