sábado, 20 de agosto de 2011

La coartada de Salomón

"Aquel que os creó y os hizo aparecer, en su momento os hará morir;
muchos quedareis reducidos en vuestra vejez al estado más abyecto,
perdiendo toda noción de lo que en su día presumisteis.
En verdad, omnisciente es el Eterno, infinito es Su poder."
(Qurân 16, 70. La abeja)


"Desde que fueron traídas desde la nada por Dios,
las almas de los hombres no dejan de ser como viajeros y
no abandonan sus monturas sino en el Jardín o en el Fuego ."
(Ibn Arabí, Libro del Viaje Nocturno)

"Al día siguiente,
cuando Moisés fue a la Carpa del Testimonio,
la vara de Aarón estaba florecida:
había dado brotes, flores y almendros."
(Números 17, 23)



Es a través del susurro malintencionado y la tirana seducción de aquellos deseos que hacemos nuestros, como el ego se adentra en el pecho y toma asiento en nosotros, originando cada nuevo extravío en el olvido de Dios. En la actualidad, una gran parte del género humano gustamos de abandonarnos al impulso de saborear el mal en sus más variadas formas, bien sea desde el morboso prurito del principiante o enmascarados en la asepsia forense y sangre frían que caracterizan a los ya iniciados.

Como si se tratara -sin más- de una simple ensoñación o de mero artificio literario, escribimos la novela negra de nuestras vidas a fuerza de acumular pequeños crímenes cotidianos. Movidos como estamos por la tiranía acción de la pulsión sexual y la insaciable codicia, no siemre repartidas a partes iguales, es del domínio público que, en nuestros convulsos y agitados días, para descubrir al culpable sólo es necesario tomarse la molestia de seguir la pista que dejan los aromáticos rastros de semen o de dinero.

Todos reconocemos un cierto infantilismo, difícil de redimir, en esa predilección por las figuras malignas, en esa secreta veneración por el villano de turno que todos sentimos y no confesamos: quién esté libre de pecado...

La mera contemplación del mal en "los otros", por obra y gracia de las "neuronas especulares", también remueve en nosotros delicadas notas sutiles, haciéndo vibrar armónicamente resortes escondidos en las profundidades de lo más íntimo, despertando fibras que, por reprimidas, creíamos perdidas u olvidadas. Tal es el poder del mal.

Quizá se produzca una cierta identificación prohibida, al menos en lo que se refiere a esa fascinación que origina en nosotros la impunidad que presumimos y envidiamos en el malvado. Como ese fogoso in crescendo que despierta a los volcanes dormidos y los lleva a eyacular la ardiente lava, nuestra no admitida admiración por ellos también se expande y aumenta, hasta llevarnos a cuotas de ebriedad desconocidas, toda vez que sucumbimos al dulce veneno de descubrir en cualquiera de las múltiples modalidades del descarriamiento que nos ofrece el malvado, nuestro más fiel reflejo.

Por suerte, al igual que ya hiciera en su día el Sabio Salomón, y siendo personas normales como somos, siempre tendremos a nuestro alcance la providencial posibilidad de recurrir a la mejor de las cuartadas, la excusa circunstancial, echando todas nuestras culpas al mejor de los chivos expiatorios, la "situación": ¿qué hubieras hecho tú en mi lugar?...



En 1925 Guenon nos puso en guardia del vedantino devenir de nuestra degenerada especie y así mismo a salvo en el Cairo. Ese mismo año Arthur Schmitzlet nos contaba las desventuras de Fridolin en su "Relato soñado" al que Kubrick puso imágenes en 1999 en su obra póstuma, dedicada a cuantos mantienen los "ojos bien cerrados": "Una noche no es toda la vida"... "Ningún sueño es sólo un sueño". Parafraseando al "Nosotros" (1925) de Yevgeni Zamiatin, en 1947 George Orwell se atrevió a dejar un nuevo rastro literario sobre esos invencibles molinos de viento. La primera mitad del siglo XX parece plagada de avisos para navegantes.

Están entre nosotros. Los verdaderos psicópatas, esos que se las apañan como nadie para sostener el Estado de Derecho desde la privilegiada posición de jueces y diagnosticadores, antes de caer en la ordalía de ser juzgados y diagnosticados por terceros que no les sean favorables, campan -sutiles, discretos e imunes- por sus fueros. No salen en las noticias ni aparece su nombre -aunque sí las consecuencias de sus decisiones y actos- en los grandes titulares de los periódicos. Hábiles instrumentadores de la fama ajena, desdeñan esa notoriedad que tanto se anhela entre los vulgares.

Expertos en la creación de falsos recuerdos, escenas completas que -de un modo aterrador- habrán de jurar ciertas los convenientes testigos de cargo, saben también, por otro lado, alimentar las flaquezas psíquicas de aquellos débiles mentales que luego son presentados oportunamente como asesinos en serie. Haciéndose pasar por seres humanos, encuentran en el Kali-yuga actual su tan ansiado y esperado momento.

Ellos no necesitan anestesiarse con alcohol para hacer más llevadero el horror cotidiano que estratégicamente propician, dosifican y difunden. Tampoco se toman la molestia de ocultarnos un alma de la que por completo carecen. Actúan desde la simplicidad de unos fines previamente programados que ellos orquestan, disfrazados de "buena gente", satisfechos -dentro de sus restringidas posibilidades emocionales- de hacer bien su trabajo y actuar bajo el eficaz paraguas de la respetabilidad y el esforzado quehacer responsable, confundidos entre la gente, como uno cualquiera de nosotros.


Ante nuestra cotidiana, honrosa, variopinta y pragmática total falta de escrúpulos, ya ni siquiera ha de ser requisito indispensable la pertenencia activa en cualquiera de las numerosas negras fraternidades que pululan laboriosas en nuestros días. Nos bastamos nosotros solitos ufanados en desear el malogramiento de nuestro prójimo, en deleitarnos en los recovecos de su irredenta y vulgar mezquindad, regodeándonos en las surtidas bajezas que ofrece su deteriorada condición, saboreando cada uno de los hediondos y repulsivos intersticios de la humana vileza, disfrutando a rabiar ante la desgracia ajena y el mal que socaba la existencia del otro, tan alejados como estamos de toda bondad verdadera.

Nadie dijo que esto de transitar por los mundos intermedios fuera tarea fácil. Todos sabemos, por propia experiencia, que el viaje está colmado de penalidades, un sin fin de privaciones, pruebas, dolores y desgracias, que es un continuo superar peligros y temores inmensos que nos acechan y acucian a la vuelta de la esquina de cada etapa vital a la que atemorizados nos enfrenamos. Resulta de todo punto impensable encontrar durante nuestro peregrinar algún tipo de pausa, seguridad o bienestar: las aguas que nos rodean poseen un sabor alterable y los vientos que impulsan nuestra frágil nave en más de una ocasión tomas direcciones opuestas.

Nuestro compañeros de viaje son así mismo impredecibles. Las gentes de cada hornada divergen de la anterior. Toda vez que el viajero ha alcanzado la madurez de la corrección y es capaz de reconocer a su paso las distintas muestras de cortesía, necesitará coincidir y encontrarse con los sabios desperdigados que pueblen el basto universo su generación, y permanecer con ellos quizá toda una noche, tal vez una hora escasa, en ocasiones bastará una mirada... para despues continuar y proseguir su incierto camino. ¿Cómo puede concebirse algún descanso para quién está predeterminado a tal destino?



Mucho más sencilla la vida del ser humano ordinario, aunque sus prosaicos fines aún requieran el concurso explícito de las ajenas debilidades, de nuestra capacidad para despertar en nuestro prójimo la vanidad, la soberbia y el sutil amor propio, toda vez que previamente hayamos anestesiado en ellos toda capacidad para obrar en pos de la causa del bien. Hemos de aceptarlo, así están las cosas. Si no, ¡qué sería de nosotros! Si el mundo fuera ideal... ¡cuántos quedaríamos irremisiblemente sin trabajo, pasando a engrosar la fila de interminables parados! Menos mal que están muy lejos de ser así las cosas. No nos duelen prendas al reconocerlo: para conseguir lograr nuestro propio bien particular y lograr materializar con éxito nuestros individuales intereses, qué duda cabe, necesitamos ¡y tanto! servirnos del Mal.


Afortunadamente, el contexto actual lucha en nuestro favor, a la hora de fomentar la fiebre de la indignación en los desheredados del sistema, sirviéndose de una docilidad e ignorancia alimentadas desde hace varios siglos, para que ahora sirva a la conveniente causa de alimentar paulatinos desórdenes, periódicos disturbios, que alimenten la llama del odio y la intolerancia.


La partitura que sigue la falsamente plural oferta mediática que por doquier pretende asediar nuestras maltrechas conciencias, obedece al dedillo los designios e intereses del oscuro capital que mueve la batuta tras el escenario, esforzándose con denuedo por ordeñar en los fecundos guionistas mil y una maneras de rebajar cuanto sea posible las costumbres y gustos de la población abducida, alimentando las ya de or sí agitadas mentes con mayores dosis de conscupiscencia, violencia, miedo y crueldad, en aras de una mal entendida y sacrosanta libertad individual materializada en el cetro del ratón o cualquiera de los mandos a distancia que proliferan en nuestros hogares. No se descuida nada, ni el más ínfimo detalle, en la medida en cque pueda contribuir directa o indirectamente a degradar y corromper lo poco que aún nos queda de "humanidad", especialmente inoculando el carcinoma de la modernidad y propiciando su metástasis en el fértil ámbito de las  ya casi irrecuperables generaciones venideras.

No contento con cercenar el vínculo con lo espiritual, envenenando el conjunto de las Bellas Artes, alimento por excelencia cuando se trata de conseguir elevar y liberar de su prisión al alma, emboscado bajo la máscara del pseudo progreso científico y espoleando de forma permanente el acicate de lo novedoso, el Signo de los Tiempos, poderoso egregor imaginario del mundo actual, fomenta con avidez en todos nosotros la pandemia de la intranquilidad tratando de institucionalizarla como estado "normal" y habitual, alimentando las más variadas y perversas formas de impaciencia y desdén por todo lo antiguo, por bello y útil que fuese. El espejismo seductor de "lo tecnológico" de un modo sutilmente paradógico ha fijado en nosotros un permanente ansia de renovación, el loco deseo de cambiarlo todo y atoda costa, sobre todo en la medida que ese cambio nos permita estar "a la moda", esto es, asetear nuestra maltrecha condición humana y empeorar hasta su total degradación nuestra calidad de vida. Curiosa estrategia la que nos lleva a desoir la máxima heraclitiana e insiste en cambiarlo todo para que (se mantenga y perpetúe el desastre y) nada cambie.




Como ya aventuró Monsieur Guenon -y quizá debido a la creciente contaminación lumínica que asola nuestra ciudades- cada vez son menos los que, atentos al lobo, pueden ver y reconocer claramente las señales de un magistral complot, cuidadosamente urdido, diseñado y organizado, tanto más peligroso cuanto mejor disimula su depravación tras la cortina de la enésima tendencia de moda, el enésimo cacharro tecnológico ultra plano high-design o cualquiera de las múltiples iniciativas que pretenden identificar placer con modernidad, la compulsión de estar la onda.


Ahora que estamos rematando el periodo estival, quizá sea más necesario que nunca, dejarse guiar por el sabio consejo de aquellos astrónomos expertos que nos invitan a buscar y descubrir un lugar privilegiado desde el que realizar nuestra particular observación de los eventos cosmológicos. Ellos sugieren que sea cuanto más oscuro mejor. Aunque quizá esta recomendación nos obligue a escapar por un momento del agotador bullicio de nuestras civilizadas urbes y tener el valor de regresar a lo orgánico.


Quién sea capaz de armarse de valor y y tome la aparentemente ridícula decisión de velar en la noche y mantenerse despierto en el descampado hasta las cinco de la mañana, podrá deleitarse con el fugaz fulgor de las perseidas mucho mejor que desde el edulcorado confort que anega nuestras ciudades. Ese es el momento en el que la luna llena se sumerge en el oscuro horizonte, permitiendonos ver mejor, gracias a la intensa negrura que precede al amanecer, el intenso resplandor de las azarosas "estrellas caídas".


Prodigioso poder el que esconden estas fugaces luciérnagas del firmamento tardoveraniego. De un modo casi mágico y misterioso, los microfragmentos que se desprenden del cometa Swift-Tuttle al evaporarse en su aproximación al sol, al entrar en contacto con la atmósfera terrestre se destruyen y combustionan, creando esas falsas "estrellas fugaces" que, pese a su descarada inautenticidad, aún siguen faciendo posibles alguno de nuestros más recónditos deseos y desfaciendo algún que otro entuerto, por aquestos nuestros convulsos y agitados lares. Misterios de la cosmología aplicada.







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