sábado, 13 de agosto de 2011

Como yo quería

¡Considerad cuanto hay en los cielos y en la tierra!
Pero, ¿de qué sirven todos los mensajes y todas las advertencias
 a una gente que no está dispuesta a creer?
¿Esperan esos, acaso, que les ocurra algo distinto a los días de calamidad
que asolaron a aquellos incrédulos que les precedieron?
¡Esperad, pues, lo que ha de ocurrir:
que, ciertamente, yo esperaré con vosotros!"
(Qur’an  10, 101 Jonás)


“Sin los ritos,
perdemos el sentido de la vida
y nos convertimos en "cuerpos deshabitados."
(Joseph María Fericgla)




“Mais si tu viens n’importe quand,
je ne saurai jamais à quelle
heure m’habiller le coeur…
Il faut des rites.”
(Antoine de Saint-Exupéry, 1943)






La vida se le escapa al ser humano entre las manos. “Tempus fugit”: el tiempo huye. Cuando queremos darnos cuenta y tomar conciencia y cartas en el asunto, es ya demasiado tarde. La vejez y su decrepitud nos atan de pies y manos. Pasamos la mayor parte del tiempo mirando “hacia fuera”, hipotecando nuestra atención, el más valioso de los tesoros, en un sinfín de reclamos exteriores que pretenden atraparla y vampirizarla. Distraídos en la ficción de lo aparente perdemos el instante real. Desarraigados, incapaces de aceptarnos efímeros, nos inventamos inmortales y nos soñamos eternos. No existe bálsamo con que anestesiar tanta tristeza.




En el trasunto de esta distracción que llamamos “nuestra existencia” olvidamos que una vez todos fuimos niños y perdemos de vista (olvidamos) que hay cosas que son verdaderamente importantes, como domesticar una rosa que es única o ver escondido al elefante bajo aquella boa disfrazada de amenazador sombrero. Quién pudiera dejar atrás el horror, quién pudiera recuperar de nuevo el asombro infantil que perdimos y, a través de la imaginación creadora, entender y descubrir la realidad, dejando atrás los prejuicios cuantitativos en pos del cualitativo resplandor del mundo. Quien fuera capaz de dejar de sumar rencores nuevos a la lista interminable en las insufribles tardes de nostalgia.




Quien tuviera todavía el valor de enfrentar el espejo de su alma y atreverse a asomarse por vez primera a su mirada para, a través de la introspección y la autocrítica, juzgarla bien, con sabiduría y llegar a conocerla. Y, para conocerla, amarla.

Siempre nos queda tiempo para el perdón, para ejercitar nuestro amor y comprensión hacia los demás, esa es una lección muy importante en la vida, pluralidad de pensamiento y respeto siempre. Es necesario soportar las manías de la oruga cuando se quiere disfrutar de la hermosura de la mariposa que oculta. El sentido de la vida en ese amar que es preocuparse también por el bienestar del otro, saber decir tú, sentirse responsable de lo amado, de estar amando.





Nadie nos enseña a vivir. Ese es un arte que sólo aprendemos viviendo. Por más que se empeñen en querer convencernos de los contrario esos pomposos sucedáneos de mago, maestros del miedo, el sobrecogimiento y la tribulación, hábiles anegadores de la voluntad ajena,  no somos súbditos, no somos números, no somos votos, no somos admiradores ni nos vemos en la obligación de ser ni sentirnos admirados. No nos dejaremos esclavizar por la costumbre de vivir por vivir, condenados por el ahorro de tiempo, solitarios en compañía seducidos por el mezquino afán de durar. Nada tan hermoso como “perder” ese valioso tiempo tan duramente conquistado al cotidiano devenir. Al igual que la samaritana tras su crucial encuentro, nuestro corazón todavía tiene sed de ese agua.

Paradigma encarnado de puer eternus, un “buen día” Joseph María Fericgla llamó nuestra atención sobre la etimología del término griego “renos”, que da sufijo a su célebre técnica respiratoria: “buscar allí donde se sabe que algo está”. Lo que nos embellece a los seres humanos -y a los desiertos- es que en cualquier lugar de nuestro propio interior escondemos deliciosos pozos de sanadora agua. Los dioses escondieron la felicidad en nuestro corazón, sabedores de que allí nunca nos atreveríamos a buscarla… ¡Hace falta mala leche!




Adoro especialmente el capítulo XXI del “Petit Prince”, la obra maestra del malogrado piloto francés Antoine de Saint-Exupéry que nos habla de las vicisitudes de aquel niño con cabellos de trigo:



“Je n’ai alors rien su comprendre!
J’aurais dû la juger sur
les actes et non sur les mots.
Elle m’embaumait et m’éclairait.
Je n’aurais jamais dû m’enfuir!
J’aurais dû deviner sa tendresse derrière ses pauvres ruses.
Les fleurs sont si contradictoires !
Mais j’étais trop jeune pour savoir l’aimer.”
(Le petit prince, final del cap. VIII)


Es cierto: somos tan contradictorios los seres humanos... No hay espinas que valgan a la hora de frenar la extrema voracidad de los corderos, el romántico afán de los enamorados furtivos o desanimar en su celo a las crueles corrientes de aire. En la medida de tus posibilidades, deja ya de lamentarte. Regresa y protege en tu corazón a la rosa que abandonaste con todos los medios a tu alcance y no digas nada. Tan sólo espera, detente. Recuerda: el lenguaje es fuente de malos entendidos.



Los meses del veraniego extravío tocan a su fin. Como nuestra vida, agosto ya declina. Las esperadas e impredecibles lágrimas de San Lorenzo preparan nuestro corazón (le dan la vuelta) y reparan fugaces nuestra alma renacida para su ascensión virginal hacia un firmamento oscuro pero cuajado de esperanza. Manantial efímero y generoso de cascabeles risueños, a veces a las impávidas estrellas le da por derramarse. Ellas también nos dan de beber cuando miramos absortos el manto del cielo nocturno y nos enseñan que cuando nos cambia el corazón, todo cambia. Ahora y dentro, sigamos buscando. Los mayores secretos son así de simples: “on ne voit bien qu’avec le coeur. L’essentiel est invisible pour les yeux”…



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