“Mirad cuán bueno y cuán delicioso
es habitar los hermanos juntos en armonía”
(Salmo 133)
“Ave María,
Llena eres de Gracia”
el Señor es contigo.”
(Lucas 1, 28)
“Ha llegado el momento de separarnos.
Voy a informarte de aquello sobre lo que no has podido tener paciencia”
(Qorân, Sura XVIII)
Los mejores años de mi periplo espiritual transcurrieron en el seno de una comunidad buscadores –en su mayor parte- sinceros. En ella conocí –por arriba y por debajo- una gran parte de los maestros y maestras que acompañaron mis pasos –especialmente, mi padrino espiritual-, en cuyas miradas, palabras y actos, en numerosas ocasiones, pude distinguir nítidamente reflejado del pequeño rostro de la divinidad.
Con ellos conseguí rescatar la intensidad devocional de mis años infantiles, extraviada en algún rincón de mi filosófica adolescencia, entre tanta lectura desordenada. De ellos aprendí tanto: la importancia de la remembranza del Nombre, el arte donde invocar, rememorar y recordar significan vivificar, la magia teúrgica para traer a nuestra memoria al Eterno, el tenerLo presente en cada uno de nuestros pensamientos, así como despertar en el corazón Su Presencia.
Entre ellos conocí y cultivé secretos amores cuya intensidad –más allá de la vida y la existencia- aún me atormenta. Más allá de la frivolidad de las tertulias improvisadas, tan comunes en nuestro tiempo de redes sociales y espacios virtuales, aquellos hermanos y hermanas fueron lo más cercano a una verdadera comunidad iniciática que me fue dado conocer.
Ahora que me encuentro tan lejos de su acogedor seno, puedo ver las cosas con la perspectiva privilegiada que dan el tiempo y la distancia, aunque mal abrigado por los jirones de un consuelo que no da para cobijar a tantos y tantos quienes -como única alternativa- quedaron segregados en la cuneta de la desesperanza.
¿Acaso este siglo XXI es menos “cambalache” que su antecesor? ¿Hemos conseguido zafarnos del revolcón y el manoseo entre tanto lodo y merengue contra-iniciático y antitradicional? La diabólica tiranía de los “mercados” mantiene a los pocos privilegiados encadenados a la inercia del consumo como forma de vida, y a los muchos infortunados a la –cada vez más- precaria lucha por la supervivencia. Vivimos tiempos de mucha confusión en los que todo se entremezcla y pocas cosas permanecen puras e inalteradas al margen de los equívocos interesados. En lo exotérico, la “paz interior” se puede adquirir a corto plazo en cualquiera de los cursillos intensivos, programas, seminarios, ejercicios de respiración y meditación, terapias alternativas, etc., en los que promete alcanzar todo un potencial de “espiritualidad” bajo las formas más variopintas, allí donde el conocimiento que alberga la arquitectura sagrada del templo ha sido reemplazado por la excitación del viaje exótico y trampantojo oriental del spa. Por lo que atañe a lo esotérico, un ingente catálogo de obediencias y rituales a la carta, mercadean sus “secretos” -a golpe de talón- a profanos con mandil ávidos de promiscuidad sexual, tráfico de influencias económicas, políticas y/o laborales en talleres donde no brilla más luz que la eléctrica. Sin olvidar –para ambos dominios- a toda una cohorte de escépticos y ateos afectos –desde el acuciante dardo del vacío existencial- a una suerte de curiosidad malsana, con la intención de inspeccionar y localizar motivos para el sarcasmo que ridiculicen los gestos o actitudes de los “perversos” e “ingenuos” allí presentes. Sólo la ignorancia, en el caso de que no haya una animadversión gratuita, puede fundamentar tanto desatino.
La gente anclada a los brillos engañosos de este mundo, compiten unos con otros para estar unos por encima de otros y esto los rebaja. Los verdaderos iniciados, aquellos que están en el mundo pero sin pertenecer a él, compiten unos con otros para estar por debajo, y esto les eleva. Son “gentes de la búsqueda interior” y la vía iniciática que profesan es sobre todo una experiencia más que una simple descripción verbal, una realidad y no un mero concepto abstracto sobre ella. Para entender su comportamiento hay que situarse en el universo por el que éste se rige. Querer comprender la Vía por la que el iniciado transita desde parámetros estrictamente racionalistas es en verdad un reto difícil, por no decir imposible. El secreto espiritual del que dicen gozar se transmite –por vía esencial- de “corazón a corazón”, mediante un lenguaje que requiere un estado de perfección espiritual que obviamente pocos alcanzan después de un largo y “accidentado” camino y bajo las atentas correcciones que le van imponiendo sus progresivos maestros, hasta llegar a “comprender” que nada es, sino Dios.
La cita del salmo que precede a esta reflexión nos habla de lo placentera y deliciosa que resulta aquella vida que transcurre entre los bienaventurados, hermanos, maestros y compañeros cuya inestimable presencia nos resulta tan poderosamente transformadora, y cuyas palabras nos sirven de guía certera durante el regreso.
Hace casi dos años que abandoné –enarbolando la consigna de “un salto hacia lo alto”- la que fue mi comunidad de referencia. Aún guardo lazos de amistad con alguno de los que -desde dentro y desde fuera, y sin menoscabo de lo que aquello pudiera haber tenido de parodia o simulacro iniciático- me reconocieron entre sus hermanos. Pero, dadas las actuales circunstancias en las que –tras mi renacimiento quirúrgico- me veo inmerso y a instancias filiativas del Melquisedeq veterotestamentario, la María neotestamentaria y el Jadir coránico, me veo llamado a continuar este accidentado camino a solas, lo que en modo alguno significa o quiere decir “solo”.
De niño me sentía aislado, y aún hoy lo soy, porque sé cosas y debo señalar que de ellas aparentemente nadie sabe nada ni quieren en su mayoría saberlas. La soledad no nace porque uno no tenga a nadie a su alrededor sino más bien porque las cosas que a uno le parecen importantes, no puede comunicarlas a los demás, o considera válidas ideas que los demás tienen por improbables. El aislamiento comenzó con la vivencia de mis primeros sueños y alcanzó su punto culminante, en la sombría época que precedió a mi operación. Ahora, ya casi restablecido, me entrego a las exigencias incondicionales y desmesuradas del daimon, a sabiendas de que los que dicen apreciarme juzgan dicha actitud de absurda escapada.
¿Qué nuevos mágicos encuentros me aguardan? ¿Cómo sobrevivir cuerdo entre tanto escepticismo, sarcasmo, laberinto psíquico, trampa y autoengaño? ¿Qué nuevos textos será necesario destilar (y re-destilar), para poder rescatar -siquiera un pequeño fragmento de otra pieza inconexa del inmenso puzzle de- una Tradición Primordial tan perdida como olvidada (cuando no intencionalmente deformada o tergiversada)? Somos conscientes de que no se accede al Mundo Imaginal por una fisura y de la escasa utilidad de circular mentalmente ayudados por una lógica formal o una dialéctica que tan solo sirve para llevarnos –ad infinitum- de un concepto a otro. Tan sólo nos cabe postergar la exégesis a la música, aguzando el oído, y refugiarnos en cualquiera de las distintas formas de “progressio harmonica”. Nadie como las musas –custodias y protectoras de la simiente iniciática- para instruirnos en los secretos de la oración teofánica, la ciencia verdaderamente eficaz de la formación y eclosión del cuerpo de resurrección, aquella que actualiza en nosotros el potencial de nuestra la verdadera naturaleza, el pacto primordial: "In Te Omnis Dominata recumbit".
Me gustaría dedicar esta reflexión (y el poema del sheik al-Alawi que la cierra) a mis maestros, en especial a mi “padrino espiritual” que me enseñó –entre paseos y cafés “cortos de café”- a reconocer mi verdadera naturaleza esencial: la del perpetuo aprendiz, a la espera de “instrucciones”:
¡Enhorabuena, amigos,
por la cercanía y proximidad!
La asamblea está en paz
mientras permanezcáis al lado de Dios.
¡Enhorabuena, señores míos!
¡Enhorabuena, hermanos amados!
Os anuncio lo que ha de venir:
gozar en la Misericordia divina.
Vuestras reuniones son la Misericordia misma,
en vuestra asamblea rezuma la Sabiduría ,
quien os ame se alzará…
Dios está satisfecho con vosotros.
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