“...una lámpara que arde con un aceite
que no es ni de Oriente ni de Occidente,
inflamándose sin necesidad siquiera de que el fuego la toque...
Y es luz sobre luz” (Qorân 24, 35)
“Y El Eterno dijo a Abram:
Vete de tu tierra
Y de tu familia
Y de la casa de tu padre,
A la tierra que yo te mostraré.
Haré de ti una nación grande y te bendeciré.
Y engrandeceré tu nombre, para que sirva de bendición.
(Génesis 12, 1)
Los ojos con los que se mira el propio camino iniciático a descubrir y emprender (o iniciar) hacen de nosotros -en el mejor de los casos- peregrinos o -en el peor de los casos- vagabundos. Se requiere, por tanto, disponer del don de una mirada especial. Una mirada interior, que transcienda las posibilidades limitadas de la mirada carnal; una cierta mirada de fuego que, de iniciado en iniciado -y aún hoy-, recorre el inagotable curso de los siglos, permitiéndonos saborear la dulzura y atravesar los atrios del utópico mundo imaginal. Los griegos bautizaron esa mirada con un nombre que –pese a las numerosas y no siempre bienintencionadas tergiversaciones de quienes se aproximan a ella desde la inexperiencia- aún resuena con la fuerza renovada de todo aquello que es eterno: Gnosis.
¿Cómo se llega a un lugar que no está en ningún lugar? Cuando Abram recibió del Eterno la curiosa invitación a salir de su tierra (Lej lejá), en dirección a un tierra tan incierta como promisoria, tenía ya cumplidos –si hemos de atenernos al relato bíblico- los 75 años: ¿tal vez demasiado mayor para embarcarse en aventuras y mudanzas?
El dilema del patriarca nos habla quizá de la necesidad real de ir soltando apegos personales, de abandonar patrones preestablecidos e ideas preconcebidas, si queremos afrontar -en serio- la experiencia de Dios en nosotros y de nosotros en Dios. A Abram no le dice dónde ha de dirigirse. Tan sólo que abandone la confortable seguridad y agradable el sentimiento de pertenencia. Que abandone los cómodos conceptos infantiles sobre lo que creía saber de Dios y sobre quién creía ser. Abandonar también nuestro miedo a la muerte del yo (aniquilación) parece ser un requisito indispensable para la alcanzar la plena experiencia de Dios: ¡Ten confianza! ¡Vete de tu tierra! ¡Abandona tu yo!... Medita.
¿Cómo saber que el miedo al propio aniquilamiento no nos hace caer en un mecanismo regresivo de narcisismo espiritual, que se traduce en aquella “inflación del yo” donde nos creemos Dios sin haber descubierto (experimentado) que lo somos realmente? ¿Qué tres aspectos certifican –cuando se dan en su conjunto- la autenticidad de la experiencia?
En primer lugar, una señal inequívoca de que no se confunde la compensación psíquica con el anhelo verdaderamente espiritual, es el aporte de un sentido de libertad total en lo cotidiano: Cuando Dios despierta en nosotros, “Todas las cosas saben a Dios” (Ekchart). Esta liberación no es del todo completa si no va acompañada necesariamente de la expresión constante de una gran humildad y del inconfundible sentimiento de sentir inundado el corazón por un amor que todo lo abarca.
¿Qué implicaciones tiene el aceptar esta invitación desde la Divinidad a volvernos hacia nuestro interior, abandonando la tierra confortable de las distracciones? Tal vez, en semejante abandono sea necesario dejar atrás algunas amistades artificiales, sin temor a caer en el (necesario) descrédito. Abandonar, de igual modo, todos aquellos condicionantes del rol social que desempeñamos, así como aquellos estereotipos y clichés que nos están siendo impuestos. Quizá sea necesario también abandonar aquel yo psicológico idealizado que, al igual que el transparente traje del emperador, hemos construido desde el autoengaño y sea hora de comenzar a trabajar con la sombra que desde siempre nos hemos negado a ver. Responder a la invitación directa de Dios, nos exige abandonar nuestros cómodos –pero limitados- conceptos y esquemas teológicos, vaciándonos de imágenes infantiles, de fórmulas y palabras huecas, abriéndonos –pese al inevitable temor- a la experiencia del espíritu en nosotros: “La Tradición se vuelve revelación en aquel que se abre y la recibe” – “Vocatus et non vocatus, Deus ederit.”
El “¡VETE!” de Dios nos exige -a cada uno de nosotros- un cambio de identidad real y radical, verdaderamente transformador (teshubá, metanoia). Conduce a un país nuevo (estado de conciencia) de “nunca jamás” al que solo es posible acceder desde la práctica cotidiana de la meditación, a un país que Dios ha de mostrar a los que tienen el valor romper con el mundo conocido de las apariencia y se atreven a marcharse (Lej lejá) dentro de sí, accediendo al gnoti pseauton griego, al gnoscete ipsum latino, al délfico desafío del “conócete a ti mismo”, tan difícil como seductor.
Aún hay algo más… La cita de Génesis 12,1 finaliza diciendo: “ENGRANDECERÉ TU NOMBRE (Abraham) PARA QUE SIRVA DE BENDICION”. Dejarlo todo de “esta forma” no significa en modo alguno tener que huir ni retirarse del mundo, sino todo lo contrario. Verdadero imperativo categórico, conlleva una responsabilidad nueva. Conduce de vuelta a la verdadera familia (fraternidad real de Hijos de Dios) y a una sociedad dormida –anestesiada- que necesita ser despertada.
En eso consiste la verdadera esencia de responder a la llamada de Dios. ¿Qué mejor modo de merecer el (corresponder al) don de la vida -que nos ha sido regalada-, que entregándola a los demás? ¿Cabe mayor compromiso iniciático?
Buda solía contar a sus discípulos la historia de un hombre que, al regresar a su casa, la encontró tomada por las llamas. Lleno de pánico, al saber que sus dos hijos estaban dentro y que, sumergidos en sus juegos, no se percataban del peligro, el padre los llamó, gritó, pero sin éxito, tan abstraídos como estaban. El padre entonces gritó: “¡Venid, venid, os he traído juguetes!”. Esta vez los niños escucharon y se precipitaron a salvo sobre los brazos de su padre.
¿Cómo escapar del brasero del mundo, distraídos como estamos por el juego cotidiano de la existencia? ¿Será necesario recurrir al subterfugio del “juego iniciático” para reclamar nuestra atención?
¿Cómo encontrar la salida de la caverna-prisión, si todo lo que consideramos real no es sino escenario? ¿Cómo llegar allí donde no hay dónde?
No podemos consentir que la vida se nos escape sin descubrir y transitar la geografía imaginal de este continente perdido, el “Nuevo Mundo” intermedio. La Imaginación Activa , sutil carro (okhma) parmenidiano, nos proporciona el acceso a un mundo cuyo nivel ontológico está por encima del mundo de los sentidos y por debajo del mundo puramente inteligible; más inmaterial que el primero y menos inmaterial que el último. Tan sólo nuestro paso real e intransferible por este territorio imaginal, únicamente nuestra vigilia perseverante durante el tránsito –allí donde el anhelo alcanza- será la que nos permita comprobar de primera mano la validez de los informes y relatos visionarios que perciben y relacionan los acontecimientos del (así en el) Cielo con los de la tierra, la validez del mensaje de los sueños, la eficacia operativa de los rituales simbólicos, la estructura activa de los lugares formados durante la intensa meditación, la realidad de visiones inspiradas imaginativamente, de cosmogonías y teogonías, y de este modo, la verdad del sentido espiritual volcado en todas aquellas revelaciones proféticas que pueblan los textos sagrados de las distintas formas tradicionales.
¿Qué dirección toma la doble mirada de Jano, divinidad de los límites, separando cada fin de cada comienzo, umbral entre el negro y el blanco del ajedrezado? ¿Es cierto que el extremo móvil del compás, que inicia su trazo apoyado sobre el eje invisible del centro de su circular recorrido, regresa –cual hijo pródigo- al mismo punto de partida? Demasiadas palabras vanas y pretenciosas; cuestiones cual heridas abiertas, vertidas en el ambicioso afán de resolver asuntos que no requieren sino de perseverante interiorización y verbal mesura.
En la búsqueda de la Verdad siempre ha sido necesario observar cierta dosis de prudencia, yendo más allá del señuelo malicioso de las distracciones. Jano posee las llaves. Gracias a su hierático testimonio de quietud y silencio, seremos capaces –Dios mediante- de encontrar a Aquel que refleja las virtudes en los espejos de los hombres, sin dejarnos engañar por aquellos que –al igual que nosotros- simulan ser virtuosos.
Ahora que tan fácilmente se confunde la certeza del peregrino imaginal con la errática locura del vagabundo fantasioso, no desoigas la permanente llamada del Eterno. No esperes a que te lo cuenten ni te demores en la partida. No te distraigas. Por increíble que te parezca, -y no eres al primero que le pasa- estás siendo interpelado por una invitación divina: “Lej lejá”, sal de tu tierra, vete para ti. Medita.
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un abrazo.
Bueno, o os interesa :)
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