lunes, 16 de mayo de 2011

El Sudario de Laertes

"Por mí se va a la ciudad del llanto,
por mí se va al eterno dolor,
por mí se va hacia la raza condenada...
antes de mí no hubo nada creado,
a excepción de lo inmortal, y yo duro eternamente.
¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!"
(Durante Alighieri, Divina Comedia, Infierno, Canto III)


“Todo viene de dentro.
Todo vuelve al interior. Todo se mantiene en el centro.
El examen del mundo circular lleva de nuevo
al hombre clarividente hasta Dios.”
(Louis Cattiaux, El Mensaje Reencontrado 9, 13)



En el mes de Maia, dioses en la carne extraviados, vencemos nuestro urbano sonrojo cotidiano y buscamos un apropiado antro silvestre donde rendir culto a la diosa, bañados en el tibio resplandor del plenilunio, adentrándonos en las hermosas cadenas de la acción ritual. Abocados a una esperanza sin fin, mediante el cumplimiento del rito culminamos la perfección de la creación, regresando a la “Edad de Oro”, añadiendo a la Naturaleza el Arte que le falta. Creamos así una dimensión escondida, ajena a la realidad común, un ámbito cerrado en donde el deseo, los secretos y el Arte rigen por entero y sin contención alguna. Y además forman el umbral a un espacio y tiempos aislados y particulares: una “falsa puerta” a lo sagrado.
Así, renunciando una vez más al espejismo domesticado de la cordura, nos metamorfoseamos en dioses encarnados engendrados por el mismo Júpiter, y nuevamente entusiasmados, poseídos por las Musas, y arrebatados, como Virgilio, por la irresistible fuerza del Espíritu, entregamos nuestras carcasas mortales para que, armonizadas cual dóciles instrumentos, sirvan de soporte y manifestación musical y poética de lo que será y fue y es -”… por mí se armonizan los cantos y las cuerdas” (Ovidio, “Metamorfosis”, I, 517-518)-, anunciando un arte todavía más noble que sólo encuentra su justificación en sí mismo, hierogamia sagrada en la gratuidad de un eterno reposo.



Virgilio, en su Bucólica (VI, 13-14), nos habla, en el “Canto de Sileno”, de Cromis y Mansilio, dos pequeños sátiros que, mientras jugaban dando brincos y cabriolas, descubrieron en un antro al feo, grotesco y anciano Sileno ebrio, dormitando, con las venas henchidas, como siempre, del vino de la víspera. Ambos niños (pueri) se empeñan en atarlo con guirnaldas y Egle, la más hermosa de las náyades, les proporciona su ayuda. Al punto, Sileno despierta y ruega a sus jóvenes captores que le liberen de sus ataduras; a cambio, como rescate, les ofrecerá -al fin- el tesoro tantas veces prometido en falso que lleva escondido en los repliegues de su senectud y aparente fealdad, el más precioso de los cantos, aquel con el que toda la Naturaleza –ebria de su elixir- se pondrá a bailar en armoniosa cadencia, alegre y rítmica, pues “cantaba cómo se habían amalgamado, en el gran vacío, las simientes de las tierras, del soplo y del mar con el fuego líquido” (Bucólica VI, 31-33). Tras el canto del Sileno “todas aquellas cosas que en otro tiempo oyó cantar a Apolo el feliz río Eurótas, y el dios enseñó a los laureles, los valles conmovidos las llevan hasta los astros. Y, con pesar del cielo, se levantó la estrella de Venus.”
¿Cuántos desengaños y decepciones esperan al buscador sincero, antes de poder acariciar con sus dedos el codiciado tesoro? ¿Cómo aventurarse a obedecer a “sus” leyes, sin intentar conocer y ser iluminados antes por aquella hermosa luz natural que nos permite ver, por la que todas las nubes se disipan y desaparecen ante nuestros ojos, ni instruirse humildemente a su contacto para poder superar todas las dificultades, contemplando el transcurso del presente devenir con una claridad manifiesta? ¿Cómo asegurarse poder “atar” un material tal volátil, sin el concurso necesario del “ígneo resplandor” de la amatista (Génesis XV, 17), aquel con el que la náyade Egle pinta la frente y sienes de Sileno “mientras éste ya ve” con moras sangrientas” (Bucólica VI, 21-22)? ¿Tendremos la ocasión de apurar de nuevo el cáliz, luciente copa de lucidez, prodigioso espejo alquímico, donde reconocemos al fin el arte que permite a la tierra y al fuego fluir del aire que llueve?
Para que la Primavera sonría, el húmedo Sileno que necesita ser desatado, esto es, disuelto, por los jóvenes sátiros. Más tarde deberá ser clarificado poco a poco por la operación coagulatoria del arte, larga, paciente, delicada, “suaviter cum magno ingenio” de Egle, haciendo que su otrora decepcionante silencio se torne así, de este modo, “elocuente”.
La muerte atraviesa la vida. ¿Quién sino el Espíritu vivificante es quién, en una suerte de metamorfosis o transformación, misterio de la palingénesis o “nuevo nacimiento” nos mata? Si el oro falso es un sol muerto, el arte poético hace hablar a las tumbas, e incluso, como nos recordaba el Virgilio que habría de servir de guía certero al más grande poeta florentino, las hace cantar.



El plenilunio de mayo resulta una ocasión excepcional para volver a “vivir” y “revivir” los clásicos. Quizá, como le sucedió a Endimión, una invitación a dormir para no olvidar el resplandor lunar de Selene. Para mofarnos de los que quieren abocarnos a la resignación, hacernos creer que nada puede oponerse a la espesura de los necios, a las densas tinieblas que van espesándose sobre el mundo. Pero no estamos dispuestos a perder el alma, consistiendo que Virgilio y la Tradición Primordial que representa se pierdan en las arenas del olvido.
Nadie dijo que fuera fácil. El combate es lento, parsimoniosamente avanza entre tinieblas sonoras, entre huesos y espasmos compartidos. Y está lleno de pequeñeces que habrá que soportar con paciencia, dejando que el Eterno decida para qué llegaste al ruido de este mundo, dejando que sea el tumulto quien te lleve hacia el silencio compartido, allí dónde se esconde la demanda que te oriente, si Dios quiere.
Nadie dijo que, al desplegar toda la potencia inscrita en nuestra sangre, pudiésemos estar exentos de contradicciones. Y así, poquito a poco, se avanza. Con la suma ternura de quien se sabe “siendo” existencia, más allá de sujetos y objetos, en un mundo finito y entregado a la dualidad sin esperanza. Las elecciones, las ideas, las creencias, los sueños, las categorías, son cifras de una tensión misericordiosa que recorre la creación. Tensión impermanente entre lo uno y lo múltiple: “Panta rei”.
Por más que se empeño, nuestro ego no puede separarse de la totalidad desde la que “es” creyendo ser. ¿Acaso no es lo mismo, acaso toda afirmación no contiene la negación que la completa? ¿Acaso podemos nosotros decir el todo que une la muerte con la vida? ¿Acaso podemos? ¿Acaso toda soberanía, potencia y gloria no pertenecen sino a lo que permanece Inmanifestado?
Y, sin embargo, existen elecciones, conciencia de los límites en que vivimos presas las criaturas. Y el auto-engaño y la mirada al mundo. Existen tú y yo y el otro, como un misericordioso recurso divinos para que podamos jugar a encontrarnos y reconocernos, logrando trascender las aparentes diferencias. ¿Qué sentido tendría si no improvisar un “te quiero” o mostrar agradecimiento por el don de la existencia?
En vano tratamos de superar la dicotomía entre panteísmo y deísmo, entre el Todo amorfo que deviene Nada creadora, y el Dios que ha creado el mundo pero que permanece ajeno a él. En realidad todo discurso espiritual es de género autobiográfico. Cuando al-Hallaj dice: "Yo soy la Realidad", esta afirmando su ego como una manifestación de la divinidad. Pero si lo dice es que se afirma separado. Cuando Rumi dice "no soy ni cristiano ni mago ni musulmán, mi lugar es el sin lugar" está afirmando su ego, instalado en una paradoja. Está afirmando un ego que pertenece al Amado, tratando de superar las contradicciones. Pero si lo dice se afirma así separado.


Lao Tsé nos recordaba que "quien sabe calla, quien habla es que no sabe". ¿Acaso podemos decir que no existe testimonio posible de la unión? ¿Acaso la verdad al ser verbalizada se transforma en otra cosa, tal vez una máscara, tal vez un simple espejo, o en una fecunda paradoja?
Y sin embargo, es así como ha sido decretado. Somos sin ser al tiempo que el anhelo de Dios nos unifica, nos une con el mar de la misericordia, nos funde con Su fuego. Las paradojas son para habitarlas, para trascenderlas a través de la experiencia de la fusión de los contrarios: solo tiene derecho a decir "yo" aquel cuyo yo ha sido aniquilado. El resto es sólo la cháchara insustancial y pegajosa del que se cree sujeto.
Existe el no-lugar, la no-persona, el gozo sin medida. Existe un modo de desubjetivarse: no habla quien habla, el propio hablar nos habla y comunica su propia intensidad a la palabra.
Pues en verdad no hay unión ni hay separación. También esto son categorías. Hay unión sin unificación, acercamiento sin proximidad y alejamiento sin ninguna idea de lejos o de cerca. El mundo de la no-dualidad, la Jerusalén Celeste. Lugar sin lugar, límite increado.
Es la revelación: todo es revelación, incluso nuestro ego. Es la respiración, es el latido que nos acompasa. Y en el silencio brota la palabra. Y la palabra dice, inevitablemente, "yo". Cuando actuamos como si viéramos a la divinidad, pese a no verla, pero sabiendo –teniendo la certeza íntima de- que “Ella nos ve”, el Eterno habla por nuestra lengua, es los pies con los que nosotros caminamos y los ojos con que nosotros disponemos de la capacidad de ver.
"Quien se conoce a si mismo conoce a su Señor". ¿Cómo podríamos conocerLe, sin llegar antes a conocernos? Las palabras no contienen la cura de los corazones. Transitando por el camino de la belleza, tan divina como perceptible, aspiramos a llegar a alcanzar un día aquella sabiduría y dignidad que únicamente provienen del espíritu, y ensalzados por la pasión y con ansias de amor, lograr sortear victoriosos los extravíos que conducen al abismo.


Cromis y Mansilio, al descubrir la respuesta al acertijo  del Canto de Sileno y sentir el peso abrumador de la responsabilidad asumida retornan a la gruta para recriminarle… pero la encuentran vacía, porque sátiros y ninfas tan sólo existen en el lenguaje de los sueños. La penumbra de la cueva silenciosa y abandonada les hizo recordar el santuario perdido, aquel templo solitario colmado de espejos, reverberando sus mudos reflejos como las miradas de inumerables ojos perpetuamente abiertos.
Los amantes no se encuentran finalmente en ningún lugar. Están el uno en el otro desde siempre. Cuando la verdad toma posesión de un corazón lo vacía de todo menos de ella. Mientras tanto, inspirados por la paciencia de Penélope, mientras tejía y destejía incansable el sudario de Laertes, trataremos de permanecer fieles al sabio consejo alquímico: “Ne vilipendas cínere”.

Dios es celoso,
y una de las pruebas de su celo
es que no abre otro camino hacia Él
más que Él mismo.
(Al-Hallâj)




1 comentario:

  1. Gracias Keter por todo lo que por aquí dejas. Suele conseguir que de una cosa vaya a otra y de esa se abran dos puertas o más y...

    buena Luna para ti y para todos con todo mi cariño :)

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