“Nondum amabam, et amare amabam,
quaerebam quid amarem, amans amare.”
(Agustín de Hipona, Confesiones III, 1)
"Estoy a la puerta llamando;
si alguno escucha mi voz y me abre la puerta,
yo entraré en él y cenaré con él
y él conmigo."
(Apocalipsis 3, 20)
La tradición sufi concibe la Vía iniciática como un verdadero despliegue de todo nuestro inmenso potencial de demostrar amor en aquello que hacemos, como un camino en cuyo recorrido se cosechan y exudan acciones y obras realizadas por imperativo categórico, esto es, en conformidad con el Espíritu, selladas por el inconfundible y –pese a lo que muchos puedan llegar a pensar- inimitable perfume de la amabilidad. Ya Pablo Tarso nos recordaba en su preciosa carta a los Corintios el simulacro y la vacuidad de cualquier esfuerzo, incluso el de la obra portentosa, carente de amor.
Cuando miramos atrás, comprobamos que también la nuestra es una época de debilidad y aflicción y cuenta con sus propios demonios: ayer como hoy, es la avaricia la que incita a nuestros dirigentes políticos a garantizar la consecución de sus propios intereses bajo el discreto disfraz de la parodia democrática, es la concupiscencia la que incita a nuestros sabios a traficar con las prebendas de sus cátedras para abandonarse a la fornicación, y sin duda es la vanidad la que incita a los iniciados a la hipocresía de salvaguardar la parodia de unos ritos tan pomposos como vacíos y esclerotizados, el culto a la abominación al que se refería el profeta Daniel, propio de una vida envilecida.
Pero sin embargo sería un tremendo error llegar a desconfiar por ello de la posibilidad de un servicio político realizado desde la honestidad, renunciar a la posibilidad de pureza en la transmisión altruista de la sabiduría recibida, o mostrarnos escépticos ante la posibilidad de que exista una inmersión real y comunitaria en lo sagrado durante la acción ritual.
Una vez más, sin eludir parecer obsesivamente repetitivos, proferimos la matraca de no caer en la trampa escéptica de desechar la posibilidad de un “oro verdadero” ante la constatación de tanto “oro falso” como uno encuentra a su paso.
Independientemente del nombre o la etiqueta comercial que –en un espejismo de control por apresarle o con afán de hacer marketing espiritual y lucrarnos- le pongamos, ese “oro verdadero” otorga a quien lo saborea una vida plena, aquella que se caracteriza por la liberación de los lazos con los que pretende esclavizarnos el deseo material, una entrega generosa y desinteresada –no selectiva- a los demás y el abandono de las distracciones en asuntos vanos.
Negar el “nombre” no permite negar la posibilidad de la idea. El futuro existe, primero en la Imaginación , luego en la Voluntad , después en la Realidad. Pero todos ellos han de atravesar el umbral de la vigilancia, de la atención plena y consciente que actúa siempre desde el momento presente.
Estar presentes en la experiencia del estado de ánimo que estamos viviendo, sin dejarse arrebatar por ninguna clase de torbellino emocional que nos impele a actuar de manera irreflexiva, tratando de aceptar lo que llega, sin juicios de valor, sin expectativas, en una suerte de metamorfosis silenciosa. Cuántas veces en lugar de estar y permanecer en el instante presente, en amorosa intimidad con lo divino, preferimos vivir alejados de nosotros mismos amedrentados en la ansiedad de la anticipación o rumiando un pasado que no pudo ser bañados en el lodo de la auto-compasión.
Con frecuencia olvidamos que es en esta intimidad con lo divino en donde reside el verdadero “secreto” de la realización espiritual. Allí donde el alma verdaderamente se abre a lo infinito y se expresa a través de la sonrisa sincera, la dulzura, la amabilidad, el sentimiento de gratitud y el respeto por los otros.
Y es en esta realización, proyectándonos en todas las dimensiones humanas alcanzables que evoluciona nuestra condición y se cumplen nuestros pactos más fundamentales: el pacto primordial de regresar a nuestra auténtica naturaleza latente; y el pacto de restablecer la unidad fraternal ejerciendo nuestra responsabilidad con la consciencia que se precisa. Así cumplimos con cualquier otro juramento que merezca ser respetado, pues la sinceridad en la intención y la aplicación sin tabúes del conocimiento de nuestra propia realidad y de nosotros mismos a nuestras acciones, será la que nos reafirme en honestidad y nobleza; y la que habrá de acercarnos hasta la unión ineludible en la Esencia.
¿Ofrece mayor gozo la posibilidad de existir en el mundo? No hay estados de mortificación o sacrificio en esta búsqueda y vano ha de ser cualquier afán que no conduzca a este grado amoroso de experiencia espiritual compartida, permitiéndonos superar con voluntad y valentía los velos y dificultades que nos impiden reconocernos hermanos, nos hacen creer separados los unos de los otros, y dividen y fracturan el transcurso de nuestra existencia humana.
Lo demás es soñar, devenir, abandonarse a un vano y absurdo esfuerzo de encadenar distracciones que no acaban sino facilitando nuestra huida hacia las negras profundidades de nuestro insondable abismo interior, llevándonos a sufrir los aterradores tormentos que nos aguarda en la prisión de la Nada , aquella de la sabemos que no hay muerte que pueda salvarnos, olvidados de nosotros mismos en la más oscura y absoluta de las soledades.
El novio se retrasa. Tarda. Se prolonga la vida. ¿No es esto motivo suficiente para adormecerse? ¿No es esa la aflicción desesperada de los que creen que viven, estando muertos? A diferencia de Argos, la esposa del Cantar de los Cantares vaga en la noche a la espera del Esposo anhelado. Pero cuánto nos cuesta a nosotros eso de tener que velar. La esposa vela y busca incansable porque ama. Sencillamente, aquel que ama no puede vivir sin su amado, sin su amada. Es cuando no amamos –cuando desenamorados olvidamos amar- cuando nos dormimos, cuando nos descuidamos, cuando nos distraemos y nos aburrimos, despreciando al alma en lo pequeño. Al igual que las vírgenes necias, cuando dejamos de prepararnos para la llegada del Amado y nos abandonamos al sueño, a la inercia impaciente de la cordura, dejamos de vibrar en Amor y nos contentamos con lo que salga sin esfuerzo, sin dar importancia alguna a la palabra dada ni al compromiso de la espera, como niños esclavizados al poder del estímulo fugaz y el capricho momentáneo que, incapaces de abandonarse verdaderamente al juego y tener que jugar “en serio”, transitan ansiosos de un juego inacabado a otro, tan sólo por cambiar.
Para esa clase de locura que vislumbra la grandeza tras el cotidiano escenario, esta vida se revela como un todo salvaje y engañoso, intangible e incoherente como un sueño del que -por Amor- cabe mantenerse enamorados, esto es, despertar. En el fondo, cualquier existencia se resuelve en la modestia de un gesto, en un acto tan aparentemente sencillo, ordinario y esencial como el de respirar. Inspirar, espirar. Inspirar y espirar. En cada respiración tenemos la oportunidad de recordar el don humilde de saber recibir y… -sobre todo, mimada higuera estéril, tan huraña hoy como desagradecida (Jer 2, 2)- …el don amable de entregarse y saber soltar. Id pues raudos a la tienda, a comprar el suficiente aceite con que alimentar la luz de vuestra personal e intransferible lámpara, para la que sin duda puede llegar a ser una larga y penosa espera, no vaya a ser que al llegar el Amado al definitivo y verdadero “reencuentro”, pase de largo, pues ya no nos reconozca. Quizá, como señalaba sabiamente y por el amargo dolor de la propia experiencia el de Hipona, nunca es del todo tarde, cuando la dicha es verdadera y, por tanto, buena:
“¡Tarde te amé,
Hermosura tan antigua y tan nueva,
tarde te amé!
Tú estabas dentro de mí y sin embargo yo fuera,
y así por fuera te buscaba;
y así dormido como estaba,
me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste.
Tú estabas conmigo mas yo no lo estaba contigo.
Me retenían lejos de ti aquellas cosas
que, si no estuviesen en ti, no serían.
Llamaste y clamaste, quebrantando mi sordera;
brillaste y resplandeciste, curando así mi ceguera;
exhalaste tu perfume y embriagado respiré,
y ahora te anhelo con toda mi alma;
gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti;
me tocaste y ya no quiero sino volver a tu lado
y abrasarme de nuevo en tu paz.”
"Quien lo probó lo sabe"
ResponderEliminarGracias por avivar las llamas o los rescoldos que al final da igual porque el resultado será finalmente el mismo.
Gracias por entusiasmar, animar y alentar.
Gracias por recordar lo que no debe ser olvidado bajo ninguna circunstancia por muchas que hayan sido las heridas recibidas.
Que estamos en esto y a esto nos dedicamos e cuerpo y alma porque sabemos que es todo lo que hay y nos reconocimos como sus legitimos custodios y herederos. No somos los únicos. De hecho no creo que haya nada ni nadie excluido. Pero....
Pues eso.
Un regalo del "musgo" para los "cantos". Al menos es hermoso :)
http://pinturamedieval.blogspot.com/
1saludo con mucho afecto para todos los que por aquí pasáis.
Pudiera ser que este blog os gustara. Si no, con no hacer ni caso... asunto concluido :))
ResponderEliminarhttp://barzaj-jan.blogspot.com/